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Nadie Sale, foto cortesía de Daniel Carpinteyro
Nadie Sale, foto cortesía de Daniel Carpinteyro

Por Daniel Carpinteyro

Imagine usted que se despliega ante sus ojos la siguiente lista de personajes:

  • Un chico que acostumbra sellar con cinta adhesiva la boca de su hermano asmático mientras duerme.
  • Un chico que ayuda a su hermano asmático a conseguir una A de calificación reescribiéndole con elocuencia un ensayo intitulado Integridad moral: Imperativo para nuestra supervivencia.
  • Un manoseador de niñas púberes.
  • Un hombre tierno.
  • Un hombre intoxicado que es bajado del escenario por la policía tras aullar repetidas veces “Mata a tu padre, folla a tu madre”.
  • Un alumno aventajado en cursos de Filosofía y Psicología de masas, autor de algunos ensayos dignos de ser firmados por un candidato a doctor en filosofía.
  • Un lagarto coronado rey.
  • Un poeta chamán.
  • El hijo de un capitán de portaviones que, mientras mira a su padre comandar cientos de hombres, piensa con tristeza que ese mismo comandante se deja tiranizar en casa por los gritos de su mujer.
  • Un sex symbol con un corte de cabello al estilo de Alejandro Magno.
  • Un barbón rechoncho que canta blues.
  • Un brutal maltratador de mujeres.
  • Un pésimo director de cine conceptual.
  • Un poseído por el espíritu de un jefe indio.
  • Un santo.
  • Un estudioso de la demonología.
  • Un cadáver rebosante de heroína en la tina de baño de un departamento parisino.

2. ¿Le gustan los rompecabezas? Imagínese encajar en uno solo a todos los personajes arriba mencionados. ¿Qué herramientas utilizaría? ¿Un compresor mecánico? ¿Hilo y aguja? ¿Pistola de grapas? Sabemos que todo maniqueísmo conducirá al fracaso. Aún así acecha la amenaza de que, transformados en los rasgos caracterológicos  de un mismo actante, los elementos de la lista colisionen como haces de hadrones en un túnel suizo. Sea cual sea la reacción, usted debe extraer de todo aquel asunto un personaje no sólo verosímil sino mítico. Un rockstar, vamos: rufián sagrado de trato áspero y desgarrada brida, ángel exterminador  que orina las Sagradas Escrituras y las Tablas de la Ley. Un rockstar: agarrarse los cojones y gritarle “cómete esta” a un policía; doscientos microgramos de LSD antes de subir al escenario luego de arrancar para tu novia un hermoso anillo del dedo sangrante de una fan. Un rockstar, eso sí, convincente, humano, cohesionado, al que no se le anden desprendiendo en pleno proscenio los retazos de Edgar Allan Poe, Calígula, Antonin Artaud, Elvis Presley, Holden Caufield, un apache moribundo, un coyote reanimado…

3. El intríngulis del reto caracterológico estriba, por supuesto, en que Morrison  fue (es) un ser real, probablemente más real que todos nosotros, tan real que la tentación de hacerlo irreal mediante una hagiografía o un acta condenatoria sería (y ha sido) mucha para muchos biógrafos de mediana envergadura. Por fortuna no lo fue para los autores del libro que nos ocupa, investigadores serios que supieron cumplir su oficio haciendo gala de objetividad y contención, en honor al compromiso histórico de su proyecto bautizado Nadie sale vivo de aquí. Fue esa biografía, por ejemplo, la que seleccionó Oliver Stone para el guión de su largometraje The Doors.

4. Todos sabemos las exigencias documentales del género biográfico, y en esos terrenos los autores se metieron hasta la cocina: dibujos hechos por un Jim adolescente, poesía no publicada y apuntes varios, el material fílmico que dirigió durante sus años en la UCLA. Se nota a las claras que todo esto lo tuvieron ante sus ojos mientras escribían el libro. Además, se revisaron docenas de entrevistas y diverso material hemerográfico que da cuenta de la recepción mediática y periodística que experimentó Jim Morrison en los diferentes momentos de su fugaz carrera. Por otro lado, es de subrayarse la puntualidad con que se abordan las intersecciones ideológicas que Jim descubrió con otros artistas y amigos, así como los motivos por los que se distanció de tantos otros. Los autores llegan incluso a rastrear aquella personalidad caótica hasta las circunstancias familiares en que Morrison creció, desarraigado, imposibilitado para establecer vínculos en medio del perpetuo nomadismo que es concomitante a las familias de los militares. También queda patente, a lo largo de algunos pasajes digresivos, el dominio de Hopkins y Sugerman sobre el formidable corpus de obras literarias y referencias filosóficas de aquel lector voraz que fue Jim Morrison.

Hay que decirlo: los señores tienen credenciales. Jerry Hopkins, por ejemplo, es también uno de los biógrafos más notables sobre Elvis Presley y, según uno de los apéndices del libro, “entrevistó a Jim para la entrevista de Rolling Stone, y nuevamente cuando viajó a México con los Doors para cubrir sus conciertos”.

Danny Sugerman, a su vez, “tenía 24 años de edad cuando se publicó el libro, empezó a escribir desde los 13 alentado por Jim Morrison, primero cubriendo los conciertos de los Doors y luego, con más detalle, el célebre juicio de Jim en Miami”.

El libro cuenta con 15 láminas fotográficas tomadas entre 1966 y 1970, así como un epílogo por el poeta Michael Mc Lure, además de un apéndice discográfico y otro sobre libros escritos y películas dirigidas por Jim Morrison.

Párrafo áureo:

“Lo mejor y lo peor de las fanáticas que idolatraban a los Doors llegaron y se quedaron a beber. Jim se emborrachó y comenzó a tirar cubitos de hielo a las chicas. Danny sugirió que se cerrara el bar, pero Jim se opuso; sabía bien en honor de quién era la fiesta y destapó una botella de champaña, rompiendo el cuello contra la mesa. Luego comenzó a estrellas botellas de vinos finos contra el suelo, arrojando algunas por el aire a sus compañeros de borrachera. Su comportamiento no mejoró mucho después de la fiesta. Andy Warhol le regaló un teléfono francés de marfil y oro. Al rato Jim estaba en el asiento trasero de una limosina con Steve, Paul, Gloria y Andy. Cuando el auto dio vuelta en una esquina en Park Avenue y la calle Cincuenta y Tres, Jim se asomó por la ventana y tiró el teléfono a un bote de basura, mientras gritaba groserías a los coches cercanos.”

Hopkins, S., & Jerry, D. (1981). Nadie sale vivo de aquí. (2 ed., Vol. 1, p. 303). Mexico: Lasser Press.

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