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—algunas anotaciones sobre La voz mirada, de Aquiles García Brito— 

Portada de "La Voz Miarada" de . Imagen cortesía de Antonio Arroyo SIlva.
Portada de “La Voz Miarada” de Aquiles García Brito. Imagen cortesía de Antonio Arroyo SIlva.

 

Por Antonio Arroyo Silva. 

No aceptes lo habitual como cosa

natural. Porque en tiempos de desorden,

de confusión organizada, nada debe

parecer natural.

Nada debe

parecer imposible de cambiar.

 

Bertold Brecht

 

En la Feria del Libro de Las Palmas del presente año 2012, Rosario Valcárcel nos presentó éste, el primer poemario de Aquiles Javier García Brito, La voz mirada. Esas palabras de Rosario, que además figuran en la edición como prólogo, despertaron el interés del que ahora comenta, no por lo entendible que pudiera resultar la obra, sino por la puerta de entusiasmo que ella puso a unos poemas que se abren al entendimiento del mundo de las emociones y, cómo no, de las sensaciones.

La expresión “la voz mirada” alude a una sinestesia y, al mismo tiempo, a un símbolo. Esta suerte de sincretismo recurrente suele darle, como en el caso del poemario que vamos a comentar, mayor fuerza al conjunto. La yuxtaposición de un recurso literario que indica la percepción conjunta de varios tipos de  sensaciones diferentes en el mismo acto perceptivo, junto a la simbología que su autor, Aquiles García, adopta para su singular cosmovisión. Una idea de la poesía la suya que no procedente de la nada precisamente, sino muy acorde con la noción de coloquialismos con que el crítico literario Jorge Rodríguez Padrón caracteriza —entre otras— la renovación poética que supuso la  irrupción de la poesía hispanoamericana a lo largo de todo el siglo XX, desde Nicanor Parra hasta la actualidad.

Cuando hablamos de coloquialismo no nos estamos refiriendo a esa poesía conversacional procedente de los folclores locales, sino a la idea de la poesía como una manifestación del habla. El poeta no copia de manera fidedigna la forma coloquial de su entorno geográfico, sino que, a partir de ahí, consciente de lo dicho anteriormente, crea su propio código coloquial; es decir, con palabras del propio Aquiles García Brito, su propia voz mirada.

Es un tópico generalizado en literatura afirmar que todo está dicho bajo el sol. Sin embargo,  si consideramos que la poesía es un habla que ha de ser escrita para establecer una forma particular de visión, entonces el tópico cae por su propio peso: todo está por decir bajo distintas percepciones del mismo sol.

Como en la poesía de Claudio Rodríguez, y sin huir de lo humano en ningún momento, en Aquiles García el lenguaje remite a un doble nivel: el realista, más inmediato y primario, y el trascendente, más general y a veces más difícil de aprehender por el lector. La interacción entre ambos captura al lector en lo emocional por su puro anclaje con la realidad:  Y sé/ que no debo empezar jamás/ el renacer de un pájaro único./ Hábitat protector,/ palmera canariensis,/  El  ave  fénix  que  resurja/ de  sus cenizas, esta vez,/ debo ser yo.

 (“Poenix Canariensis”, p. 22).  También, como Claudio Rodríguez, la poesía es una forma de conocimiento. En este punto el lenguaje cotidiano se eleva a la categoría de símbolo, de la misma manera que establece María Teresa Reyzábal al referirse al poeta castellano en su artículo de la revista Zurgai de julio de 2006, La estudiada naturaleza de Claudio Rodríguez.

La voz mirada también es un sintagma que da absoluta coherencia y cohesión al conjunto del poemario. Es la plaza Syntagma de Atenas donde todo confluye, lo humano con todas las reivindicaciones e inquietudes del Ser y con toda el ansia de inmanencia-transcendencia. Y a veces también lo divino. Es el centro y la brújula –que decía Borges— desde un sujeto lírico encerrado en su abandono que grita hacia el fondo de su monólogo interior que sólo “amanecerá moderadamente/ aquellos pocos días en que el hombre/ consiga mantener/ la voz mirada” (p.66). De esta manera el libro acaba con una propuesta social a través de la poesía, o más bien de un concepto de poesía mucho más amplio y liberalizador que el usual, común también con el poeta de Zamora antes citado y que, en Canarias, encontramos en poetas como Pedro Lezcano que, si bien parte de una poesía social y reivindicativa, poco a poco se va adentrando en las profundas veleidades del Ser ante la vida y la muerte:

Mueres la rosa cuando no es de cera.

Yo fui silencio y volveré al silencio.

Pero por un instante lo habré roto

con una imprecación o con un beso.

Hasta el poema callará conmigo,

aunque algún eco dejará en el viento.

“Conformidad” Pedro Lezcano

En la poesía de La voz mirada, nuestro Aquiles, al menos en apariencia, no busca lo metafísico, sino una suerte de inmanencia a través no de la memoria,  la recuperación de la cotidianeidad en ese espejo retrovisor fragmentario que trae lo mismo revoluciones perdidas en su mente por las circunstancias, como los más mínimos detalles del amor y el trasiego por la vida. Como John Coltrane y Spinoza, un irse de nuevo a esa patria de la infancia donde recuperar la cotidianeidad recordada en  la música, ésa que el poeta llevó siempre dentro, esa sinestesia musical y anímica recuperada que le trae la letra oída a su voz mirada que le trae, a veces, la idea de dolor. Esto y una vía de escape hacia el ocaso:

Sí, quémala,

demuele la nada como los muros,

que se vea el ocaso

por donde habremos de escapar.

(op. cit. p. 27)

Otra constante que aparece reflejada en el poemario es la idea de phisys del poema. Para ello el sujeto lírico –así lo llamo por el uso frecuente de la primera persona del singular—  “copia” la vida del autor y ve en la mujer de aquél una trasmutación del cuerpo de la poesía como un ente femenino cotidiano y familiar con el que dialoga ensimismado dentro de su monólogo, a lo que la poesía-mujer le increpa: El reloj/ se me olvida con frecuencia/ pero tú/ en un gesto de amor/ me lo recuerdas:/ El tiempo,/ se te olvida el tiempo.(p. 47).

 Si no, observen cómo el poeta logra para su expresión un perfecto desdoble. Digamos, una superación del tema del doble modernista que Saulo Torón expresa así: “Yo no sé si soy yo o es aquél hombre/ que está ahí frente a mí, o en cualquier parte (…) y que Aquiles:

Allí te encuentro con otro hombre,

el mismo siempre,

el de todos los sueños (…)

(p. 29)

 

Singular manera de expresar el tema del doble desde el sueño de la amada poesía-mujer-esposa. Además, el ritmo del poema tiene mucho de swim y parece que está pasando una cámara de filmación en el instante de la lectura, como ya lo haría el poeta surrealista canario Emeterio Gutiérrez Albelo en su Enigma del invitado. Como dice el poeta brasileño Tanussi Cardoso en su libro Do aprendizado do ar: Entre eu e mim/ um abismo imenso. Entre el sujeto que percibe y el objeto percibido por el otro, su doble, media el abismo. Nueva fuerza y enfoque nos trae el poeta Aquiles García.

Pero el epicentro de todo el poemario es el amor a la mujer, los libros,  la poesía, la música, la naturaleza cotidiana, el mar (otra vez Saulo Torón, sobre todo). Un diario es este libro, pero no de un poeta recién casado:

(…) No hagas las cuentas de avaros ridículos.

Las horas del amor

son inconmensurables y contadas,

como las épocas del mar, sin tiempo.

“Las horas del amor” (p. 45)

Por último, hay que destacar la ironía siempre presente en el poemario. Pero no la ironía de la carcajada fácil, sino algo más sutil.  Si volvemos a la idea que planteé al principio de este comentario, lo entenderemos. Todo parte de ese territorio que el poeta recupera para su poesía que mucho le debe a la voz, pero también al carácter de la persona que determina la respiración en el poema. El novelista Anelio Rodríguez Concepción, del que siempre he valorado sus apreciaciones y sus inmensas dotes de observador, me dijo en cierta ocasión que la ironía del palmero tiene unas connotaciones especiales propias de todo lugar pequeño y, encima, con forma de corazón en plena ebullición. Sí, mi rey, el palmero emplea la ironía en sus conversaciones habituales sin que medie la más mínima sonrisa y esto hace que los interlocutores estallen a carcajadas. Aquiles García no nació en La Palma, pero sus padres sí.  Como uno también tiene sus dotes de observación, noto perfectamente que lo que decía Anelio se corresponde no sólo con la persona del poeta, sino con el sujeto lírico que se expresa en el poemario. Un ejemplo:

Haberla recibido desvestida

obscenamente me hubiera cegado,

dependiendo ya de la urgente toma,

inmediata y completa posesión

de su voluptuosa anatomía.

(p. 37)

 

En conclusión, un lenguaje sencillo que, como tal, sube al verso sin el peso del oropel, y que sin pretender llegar a los olimpos y seguir los cánones establecidos, sigue los despeñaderos de su propia aventura vital y poética. Y como dice mi amigo el poeta brasileño:” el ojo de la carne dentro de la piel/ el ojo entre las sábanas/ el ojo insoportable entre los límites/ el ojo sin esposas//el ojo del verso en transe y en tránsito/ el ojo en la contramano de la dicción/ el ojo dentro de la hipérbole y el espanto/ el ojo paradojal de la contradicción” (“Ejercicio de la mirada”, traducción Leo Lobos).  Y la voz mirada de Aquiles García Brito.

Sardina, Gáldar.

2 de diciembre de 2012.

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