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Por Israel Rosas (@irosasr)

 

 

“¿O tú qué piensas?” La pregunta me sacó de mis cavilaciones. Con los novios sentados en la misma mesa que yo, creo que era evidente que no podía criticar que él hubiera echado mano de un cliché para pedirle matrimonio. “¡Me parece un detalle muy lindo!”, respondí.

No sé si mi respuesta contó como hipocresía, aunque en mi defensa debo argumentar que auténticamente me pareció un detalle lindo… Para un fin de semana o para un aniversario. ¿Será que soy quisquilloso? Sinceramente creo que no le pides a una persona que se case contigo con una idea reciclada.

 

Entonces, mientras íbamos en el globo, se arrodilló y me pidió que me casara con él

 

A fin de cuentas, buena parte de los preparativos de una boda se van en detalles que supuestamente hacen único a cada evento. Cualquiera podría decir que tales detalles terminan repitiéndose en incontables ocasiones: las flores, el vestido blanco, el traje del novio, las invitaciones y una larga lista que hace las delicias de las agencias que se dedican a ese negocio.

 

Pero, siguiendo el ejercicio de sinceridad, cada pareja termina imprimiendo un toque personal, a pesar de la plantilla predefinida. Un vestido único, un lugar poco común para la recepción… O una propuesta original de matrimonio. Aunque debería tener cuidado con lo que pienso, porque al destino le gusta jugar bromas.

 

“¡Me parece un detalle muy lindo!”, dije mientras la tomaba de la mano. En ese momento me di cuenta que espero que su mano luzca un anillo de compromiso; aunque también deseo que ese futuro anillo no se encuentre al fondo de una copa de champán minutos antes de que ella diga que sí. Lo bueno es que tengo bastante tiempo para planearlo.

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