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Voluptate Mors. Foto de Philippe Halsman.
Voluptate Mors. Foto de Philippe Halsman.

Por Miguel Ángel Pastrana.

Para quien se haya preguntado alguna vez por la etimología de la palabra poesía, sabrá que su origen es griego, y que el vocablo entonces pronunciado era póiesis (¿?), que significa: producir, crear, o causar la existencia de algo. Éste termino era usado para designar la acción que tenía un griego para crear algo artístico o intelectual, y que a su vez, esta acción, también, creaba algo sobre quién la hacía, es decir, el griego antiguo creaba algo que a su vez también lo creaba a él, convirtiéndose así en objeto de su propia acción. Un ejemplo fácil que ilustre ésta idea sería la del estudiante que al dedicar tiempo en comprender lo que estudia, crea una especie de mejoramiento funcional en la capacidad de entender”, provocándose un cierto incremento en su comprensión del mundo. Otra palabra también proveniente del griego, ya caída en desuso, es praxis (¿?) la cual traducimos como una forma de acción que entendemos como práctica; dicha palabra -aplicada a la expresión coloquial- refiere a una distinción entre teoría y acción, y solemos decir, cuando alguien habla mucho de algo pero no actúa, que tiene teoría pero le hace falta praxis. A diferencia de póiesis, praxis designa una actividad humana o un ejercicio cualquiera como practicar un deporte o realizar una actividad manual.

Esta póiesis es una acción que cambia al hombre, que lo hace pensar, lo hace mejor, porque quien ejerce esta poesía trabaja en si mismo, creando desde el interior un espaciamiento, un crecimiento de si, o en palabras de Eduardo Nicol “un ensanchamiento del alma” Así, el término que usaba el griego antiguo para designar este incremento del ser era ontopóiesis, es decir, una producción en el ser.

En este sentido todos somos poetas de nuestro destino, somos co-creadores de nuestros límites y de nuestros con-fines. La idea de ontopóiesis, tiene como finalidad aumentar las capacidades del individuo, sus disposiciones para crear mundo, creándose él.

Eduardo Nicol en su primera teoría de la praxis nos dice que “las verdades obtenidas por estudio, no solo producen una especie de mejoramiento funcional en la capacidad de entender, sino que permanecen radicadas en el carácter, que es lo propio y distintivo del ser humano, y operan dentro de él ensanchándolo, o sea, aumentando el alcance de sus disponibilidades. Todo esto es algo más que mecánica psicológica”

El hombre, nos dice Nicol, hace la poesía de su existencia”, cada uno es creador del poema de su vida”. Todos de alguna manera somos responsables de eso que llamamos destino, que no es otra cosa que los límites establecidos donde nacemos; que si bien, nuestra existencia nace delimitada por las circunstancias donde se da, también depende de nosotros modificarlas y alterar lo fáctico de esos hechos, donde estos mismos corresponden a los con-fines. Rebasar estos límites se vuelve la tarea de nuestra existencia, nosotros nacemos inconclusos y corresponde nuestra labor el auto-crearnos, el formarnos una auténtica naturaleza. El hombre es indeterminado, y en esto recae lo hermoso de su existencia, él puede elegir crear el poema de su vida, de colocarle la puntuación que desee, de incrustar metáforas que impriman sentido; también puede modificar los versos, y en todo caso puede, si decide, tirar a la basura el poema y crear otro. Todo esto vuelca a tener una concepción optimista de la existencia, porque si bien es cierto que no encontrarle un sentido al existir puede llegar a tornar la vida como algo devastador y vacío, también es cierto que puede dejar de ser así, y entonces todo queda inacabado e inconcluso, y un olvidado sentido del existir re-aparece: el de querer concluir un proyecto, acaso imposible de terminar.

El hombre inevitablemente crea, está en su naturaleza hacerlo, el no llevarlo a cabo solo podría comportar dos cosas: la pérdida del sentido o el advenimiento de la muerte. Ambas se antojan como cosas indeseables de la juventud, e incluso de cualquier edad, hasta la más terciaria. No obstante, esta época -sin duda compleja y difícil demarcar- llamada por todos pos-modernidad (y por algunos hipermodernidad) tiene un creciente uso de la preposición “¿para qué?”. El ¿para qué? contemporáneo de hacer algo, pone el acento no en un sentido crítico de la acción, sino en un desgano y desilusión por ejecutar cualquier creación, cualquier póeisis. La acción del hombre ya no lo produce a él, ya no lo re-crea. Su acción se ve obligada a reducir todo bajo su forma mercantil y a poner precio a una acción estéril que ya no produce nada más que las ganancias capitalistas de algunos oligarcas que deforman y minimizan la acción del individuo a fuerza abstracta de trabajo. Las formas de la existencia se ven domadas por entes tan abstractos como como el Estado, la cultura o los medios de comunicación, que al cumplir una jornada de trabajo, el existente humano se vuelve bocado insípido de antropófagos capitalistas, que no solo consumen creatividad y esfuerzo, sino también lo más infinito que podamos poseer: posibilidades.

La disposición que tiene el hombre de crear mundo, y de activar un número inconmensurable de posibilidades frente a su realidad, se ve engullida por su acción misma. La creación poética se deja de producir, o mejor dicho se consume a si misma, se come sin nutrirse, se devora, por una acción practica (pragmática) que acentúa la importancia en el tener y no en el ser”. La necesidad de otorgar sentido a la existencia ha sido siempre necesaria, y hoy genera caros dividendos para quién sepa suministrarla en pequeñas dosis de realidad virtual y tecno ciencia al alcance de todos. Hoy se vuelve indispensable generar nuevos contenidos que den sentido al mundo, el hombre es autor, es él, el creador del mundo, él mismo lo pone en crisis, pero también él lo puede reparar. La importancia de la creación poética es tal que con ella se alimenta el sentido de la existencia, ya que como el propio Nicol dice: “El mundo está en crisis cuando el hombre pierde su sentido de qué hacer en el mundo”

La idea de que el Estado coacciona y mutila la libertad del individuo, ciertamente no es reciente ni mucho novedosa, pero más allá de esta afirmación esclarecedora, conviene preguntarnos ¿Qué se puede hacer para seguir generando sentido? La acción poética (creadora) no se alimenta de momentos apacibles o arbitrarios, mucho menos de actividades insensibles e inocuas. El existente humano requiere de poesía para incrementar sus posibilidades de ser más. Su acción demanda una labor comprometida con franquear los límites de la inmediatez y de lo cotidiano. Su hacer debe contener la posición de quién espera todo en las imposiciones de lo otros, y sabiendo esto, le da la vuelta a la situación. Porque de alguna manera nosotros somos parte de lo que hacemos, y el escenario que elaboremos nos forma como parte del sentido que otorgamos al mundo. “Para ser alguien hay que hacer algo” Nos vemos creados también por las relaciones que ejercemos en el mundo o en palabras de Paz: “El mexicano, como todos los hombres al servirse de las circunstancias las convierte en materia plástica y se funde a ellas. Al esculpirlas se esculpe”

Sartre anunciaba que “el hombre está condenado a la libertad.” Ésta frase pone el acento en la existencia como posibilidad. Pero pareciera que el hombre ha optado por la libertad de no elegir nada, -o lo que es peor-, elegir no elegir.

La construcción de nuestro mundo, la hacemos mediante la disposición que tenemos para hacerlo. Las facultades que tenemos para la vida están en potencia, en nosotros está la posibilidad de activar mecanismos que otorguen sentido al mundo y en él a nosotros. Elijamos pues libremente hacerlo.

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