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LOS ZAPATOS DEL MUNDO (1)

Por Antonio Arroyo Silva

Los meses y los días son viajeros también de la eternidad. El año que se va y el que  viene también son viajeros (2). Con estas palabras comienza el poeta japonés Matsuo Basho su Sendas de Oku, un texto que va más allá del libro de narración de andanzas por tierras ignotas. Cuando la niebla cubra tierra y campos, cerraremos los ojos para ver la ruta verdadera hacia la vida y el señor que le acompañará será su vasallo y compañero de fatigas. Más que un recorrido por los intrincados caminos del país, parece  trasiego hacia un lugar distinto donde el espíritu del uno  está en equilibrio con todo lo que le rodea. Camino físico que agota, mortifica el cuerpo (corpus) y abre los ojos a todos los sentidos: ser la hoja que cae y el canto de la cigarra que se funde con el rumor del trigo al rozar la brisa. Misticismo zen: ser uno en el Uno. Todo viaje es eterno, cuando el objeto del mismo es quedarse fundido el transeúnte a sus zapatos.

El caligrama y el haiku dejan de ser tradición folclórica y pasa a ilustrar un arte del equilibrio, una manera de estar en consonancia con la gran sinfonía del universo. La letra que no representa el sonido sino la imagen; el instante en que el ojo capta el gesto en movimiento, más allá del espacio físico, en un espacio emocional que llega tanto de la abstracción como de su concreción. Viajero de la eternidad, Basho Matsuo, creador del objeto en la palabra.

Bien sabida es la influencia que estos hechos han producido en la cultura chilena, es decir, en la visión hispánica tan singular que Chile posee, quizás desde el mismo Huidobro o incluso antes, en el ansia última de los modernistas por simplificar para llegar más hondo. El caso es que las vanguardias tuvieron allí un total florecimiento y una plena adaptación a la expresión artística, tanto poética como pictórica hasta el punto de asumir ese principio renovador de unificar las artes. Por eso no es de extrañar que surgiera el músico-pintor-poeta. El uno, el singular, en el Uno.

Pintura de Leo Lobos, 2009

Los meses y los días son viajeros también de la eternidad. En 1998 los artistas chilenos Leo Lobos, Alex Chellew y Rafael Insunza emprenden una expedición artística por el desierto de Atacama. Recorren el desierto más árido y duro del Planeta Tierra en jeep, filmando, sacando fotografías y, en el caso de Leo Lobos, también escribiendo. Hacen intervenciones artísticas en el camino a la par que se diluyen con el vacío rojo del paisaje. Al final llevaron a cabo una exposición pictórica y un concierto en la ciudad de Copiapó, que en lengua indígena significa Camino a Copa de Oro, con todo el material creado en el entorno. Su senda de Atacama. De ahí que este proyecto singular se denominara con el santo y seña de dicha población y quedara plasmado en un libro-catálogo cuyo efecto entre los jóvenes  universitarios y artistas santiaguinos fuera similar al de la denominación del grupo que emprendió dicha aventura: Pazific Zunami. La inmensa ola cargada de energía con todo aquello que identifica el espíritu no sólo chileno sino universal. La Paz de aquel Octavio imperator del destello y el estallido creador. Además, de la misma manera que el poeta y crítico norteamericano T.S. Eliot encontrara en su Tierra Baldía su epicentro, este grupo experimentó en ese inmenso vacío la pulsión creativa de la vida.

Dice Leo Lobos que viajar por Atacama es una empresa que al principio parece terrible, pero una vez en camino cambian todos los conceptos inculcados sobre el ser humano y su lugar en la Creación. Uno se ve enfrentado a la inmensidad del universo.

La pintura de Leo Lobos podría parecernos un poema. Podría ser el ómnibus pintado de cerezas, que viera el poeta canario Rafael Arozarena con silbato tzariano de tinta amarilla, por el desierto de Atacama o por el Oku no Osomichi que Basho pespuntara en los renga haikai allá en su choza intemporal. El artista no hace concesiones con la cultura en decadencia. No se deja llevar por las mareas de una cultura norteamericana creadora de arquetipos con el sello de contemporánea. Tampoco lo hizo, desde luego, el genial pintor norteamericano Jackson Pollock, creador del action painting que, cuando perdía el contacto con la pintura, el resultado era una confusión, la misma que le producía el entorno que le tocó vivir, y de hecho lo aniquiló. Dar y tomar, pues, para llegar a la armonía que la tradición y la sociedad no le proporcionaban. Leo Lobos dialoga con esta idea y es consecuente con ella no sólo en su pintura sino en su poesía. Expresionismo abstracto, unido al grafema bashiano. El grito como un  balbuceo del pincel buscando la habitación unitiva, donde todo es dispersión y aspersión nuclear hacia el ectoplasma de la misma creación. Bajo el cielo de estrellas de Atacama: pinturas en acción y movimiento siempre acordes con la vida. ¿Cómo puede llenar de ventanas una mordida al letargo, un vórtice? La luz se llena de colores: amarillo de la cosecha de trigo y cebada en plena eclosión, justo en el instante que la retina y la mano, que el pincel o el bote de pintura, elevan su canto de hambre saciada. Goterones de esencia derramada sobre la tela. Rojez de la rabia y del labio buscando el hímen de las palabras mudas, la frontera del aullido en las noches de jazz. Miles Davis podría estar ahí, casi se le escucha apartando  la cortina y mordiendo mansamente el lugar donde ni los escorpiones moran. Una música con sordina por la lluvia contenida.

Para aquéllos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos sus días son viaje y su casa misma es viaje. En 1999 Leo Lobos viaja a Nueva York con el fin de presentar en la última cumbre del milenio en la ONU el libro homenaje a Pablo Neruda Diez Máscaras y un Capitán co-editado bajo el auspicio de la Fundación Pablo Neruda y la Universidad de Chile. Fue un homenaje al gran poeta universal de los artistas visuales chilenos Rafael Insunza, Jorge Cerezo, Ignacio Gumuncio, Sergio Amira, Claudio Correa y el propio Leo Lobos. El caso es que nuestro artista conoce allí a personalidades tan relevantes como Kofi Annan y Nelson Mandela. Nueva York, uno de las ejes más importantes de la cultura mundial, lugar donde todos los artistas querrían exponer sus obras. Lugar donde los movimientos contraculturales conviven con lo más conservador de un sistema neocapitalista y globalizador. Vida en ebullición donde confluyen todas las culturas planetarias, marginación junto a riqueza de unos pocos. Esto es precisamente lo que más ha impulsado el arte contemporáneo. Allí el expresionismo abstracto de Williem de Kooning y de Mark Rotko y la alegría por la pintura de Wassily Kandinsky. También hay que mencionar la magia y el hechizo que le causó a Leo Lobos el conocer a Yoko Ono, compañera y esposa del que siempre fue su héroe e inspirador, no sólo por su música sino por su mensaje vital: John Lennon. Hacer una enredadera, regar todos los días. Hasta que la enredadera se extienda. Hasta que la enredadera se marchite. Hasta que la pared desaparezca. Un  ejemplo parafraseado de uno de los pensamientos de este inmenso ser humano que habla de la vida, el arte, la poesía y la música al unísono. Yoko Ono, reencarnación múltiple: Erato, Urania, Terpsícore… Todas en una.

Leo Lobos, retrato

En el año 2002, Leo Lobos recibe la beca de la UNESCO-Aschberg de Literatura, que suponía una Residencia en CAMAC, una institución francesa patrocinada por la fundación  Frank Ténot y el Ministerio de Cultura francés, localizada en la ciudad de Marnay-sur-Seine y dirigida por la arquitecto y escultora canadiense Alexandra Keim y por el también artista francés Jean Yves Coffre. Seis meses compartiendo experiencias en todas las facetas del arte y la literatura: traducción, música, poesía, escultura, pintura y nuevas tecnologías. Una experiencia inolvidable en cuanto a la idea de que la humanidad realmente no tiene fronteras que la separen y que el Arte es un elemento de cohesión y como tal ha de ser considerado y practicado. Caló muy hondo el pensamiento de este gran mecenas moderno que fue Frank Ténot (Mulhouse, Francia 31 octubre 1925 – París, 8 enero 2004). El arte, y en este caso la pintura como ser viviente que es, también es un viaje que lleva en su maleta al artista y cruza los océanos y los continentes para verterse sin más en una mirada inocente y cálida que observa ángeles eléctricos en los cielos nocturnos de la vieja Europa. El surrealismo rebelde de Joan Miró que siempre fue más allá de los manifiestos y descubrió el colorido del sueño de los pájaros en el azul del Mediterráneo. No la simplificación abstracta, sino la caligrafía del árbol, con tinta de hojas y ramas.

El gesto de Roberto Matta.

La vida en el desierto de Mali y el paso del tiempo, de Miquel Barceló. Una feliz comunión. Entre 2003 y 2006 Leo Lobos trabaja junto a la poeta brasileña Cristiane Grando y el arquitecto Jorge Bercht en Jardim das Artes, espacio cultural situado en la ciudad de Cerquilho, Sâo Paulo. Aquí realiza labores de gestión cultural, organiza exposiciones, actividades de comunicación y relaciones internacionales, además de pintar, escribir y traducir a todo un elenco de poetas brasileños como Tanussi Cardoso, Hilda Hilst, Roberto Piva, Herbert Emmanuel, Claudio Daniel entre otros. De la misma manera, entra en contacto con la obra de brasileños como Wesley Duke Lee, Candido Portinari, Tarsila do Amaral, Jiddu Saldanha y arquitectos como Ruy Ohtake, Oscar Niemeyer, Lúcio Costa y el mismo Jorge Bercht que había diseñadoel Jardim da Artes.

Sâo Paulo, laberinto mucho más inextricable que el que Borges pudiera haber soñado en la noche de su ceguera. Una ciudad de 12 millones de habitantes buscando su centro y su cifra como modernos minotauros urbanos. Donde el gran poeta Roberto Piva viera a los ángeles de Sodoma lamiendo/ las heridas de los que nacieron sin/ alarde, de los suplicantes, de los suicidas/ y de los jóvenes desaparecidos (3). Universo que engloba la marginación y creación, universo donde la locura alcanza la extensión de una avenida. Es precisamente aquí, como en Nueva York y en Francia donde Leo Lobos se calza los zapatos del mundo, los que llevan a la patria común de todos los creadores.

En este sentido, no podría hablar de influencias en la pintura de Leo Lobos, sino de consecuencias de un diálogo contante con infinidad de artistas con los que ha mantenido una relación que va más allá del simple roce personal y llega a la profundidad de la emoción y el hermanamiento. Un diálogo que viaja no ya por la blancura del lienzo y los espacios imaginarios, sino por una realidad que engloba vivificaciones, encuentros, islas flotantes y, junto a todo esto, aquellos colores primigenios que se quedaron impresos en la mente del artista desde el primer día de vida, incluso desde su etapa fetal. La crisálida. No sólo el trazo, sino el átomo de vida en un trazo que deviene gesto y, consecuentemente, movimiento y energía. Fuerza vital que no queda enlozada en la tela sino que se transmite al mismo tiempo a un número indeterminado de receptores que, a su vez, insuflan nueva energía…Concepción redonda de la pintura, el universo como vórtice. Un más allá más acá con voz propia y eléctrica. Es el punto donde la palabra es imagen y viceversa, pero no sólo con un referente textual o pictórico, sino en la misma realidad del artista. Un pintor que escribe y percibe que las grafías tienen la forma exacta de su pintura y de su respiración. Realidad, realismo, dos conceptos que están siendo revisados en estos tiempos que corren por algunos intelectuales, como Jorge Riechmann en artículos como Por un realismo de indagación en homenaje al poeta catalán Joan Brossa (2). No se puede llamar realismo al análisis de una parcela de la realidad, la tangible, la que sólo el ojo aprecia sin tener en cuenta su conexión con los demás sentidos, y que la suma de subjetividades puede ser más real que el concepto de realidad misma. Qué mayor realismo que la emoción humana. En este sentido, la poesía visual de Leo Lobos es bastante significativa, cuando pinta el grafema transformándose en imágenes que van más allá de los lugares comunes, que de tanta repetición resultan irreales por desgastados, raídos, muertos sobre su misma labia. Nada de ello en los poemas visuales de Leo Lobos, yo diría simplemente poemas, pero no por la simplicidad sino por la puerta y la llave que implican, no hacia respuestas salvadoras y más o menos intelectualizadas ni hacia la dudas estereotipadas que nos llevan al vacío prefijado en un lugar de los contenedores de la razón antropocéntrica. Puerta y llave hacia un conocimiento olvidado: la vida misma en su ebullición más pura.

Sin esquema prefijado, con la manera que la mente de un artista aprehende la inmensidad, Leo Lobos busca y encuentra su espacio de acción con espontánea vitalidad.

Gáldar, Islas Canarias, España
Enero 12 de 2011

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NOTAS

(1)  Los zapatos del mundo fue el primer poemario publicado por la poeta canaria Olga Rivero Jordán.

(2) Versiones y diversiones, Octavio Paz, Galaxia Gutemberg

(3) Canciones allende lo humano, Madrid, Hiperión, 1998. pp. 129-135.

(3) De Paranoia, Roberto Piva, traducción de Leo Lobos.

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Antonio Arroyo Silva: nacido en Santa Cruz de La Palma, Canarias, España, en 1957. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de la Laguna y profesor de Lengua y Literatura Española. Ha sido colaborador de revistas en papel, como Artymaña, La menstrua Alba (de Canarias), Zurgai (de Bilbao) y de revistas como la Sociedad de Escritores de Chile, Cinosargo, la Antología de Poesía Mundial de Fernando Sabido entre otras. Ha publicado los libros de poemas: Las metamorfosis (Cabildo Insular de La Palma, 1991)  Esquina Paradise (El Vigía Editora, 2008) y Caballo de la luz (El Vigía Editora, 2010). En preparación tiene los siguientes poemarios: Symphonia, Marzo, Fila Cero, Poética de Esther Hughes y Casi luz. Fue 2º premio en el concurso de poesía de Granadilla (Tenerife), en 1981. Ha participado en el Festival Internacional de Poesía encuentro 3 Orillas (Tenerife 2009) y en el Homenaje de Poetas del Mundo a Miguel Hernández (junio de 2010). Actualmente es vocal de la Asociación Canaria de Escritores.

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