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Portada de "Los Dos Payasos" de César Aira. Foto y manipulación digital por Óscar Alarcón.
Portada de “Los Dos Payasos” de César Aira. Foto y manipulación digital por Óscar Alarcón.

Por Óscar Alarcón

De César Aira se ha dicho que es un escritor innovador, experimental, raro, posmoderno. No sé si concuerdo con alguno de estos adjetivos. Creo que un escritor arriesgado. Un escritor que siempre está en la búsqueda de contar nuevas historias de manera tal que desconcierte al lector.

O no.

Pues si bien, en muchos de sus títulos exige que el lector se emplee a fondo para descubrir el significado profundo en alguna de las tramas, como en el caso de Cómo Me Hice Monja, en donde se cuenta la historia del pequeño César que en realidad es un narrador y al mismo tiempo narradora, en Los Dos Payasos la exigencia al lector es que esté preparado para que le cuenten un chiste enorme. O un número de circo. O una historia política. O un reflejo de la sociedad. O un sketch en el más amplio significado de la palabra, ya que en Los Dos Payasos, un personaje que parece ser astuto, es timado o sufre un malentendido de manos de otro menos inteligente y al final del ¿chiste, sketch? resulta ser burlado por el que en un inicio aparenta ser el menos hábil.

¿Para qué contarnos un chiste que hemos visto cientos de veces en la televisión, en una fiesta infantil, en los payasos que se suben a los camiones? En la historia no hay nada nuevo bajo el sol, es un lugar común: se traza una confusión gramatical entre el verbo “beba” y el nombre de Genoveva, la novia de uno de ellos; y entre el signo de puntuación “coma” y el verbo con el mismo nombre: forma y función de las palabras, me hacen recordar mis clases de morfosintaxis.

Portada de "Los Dos Payasos" de César Aira. Foto y manipulación digital por Óscar Alarcón.
Portada de “Los Dos Payasos” de César Aira. Foto y manipulación digital por Óscar Alarcón.

Una vez reconocida la historia sabemos el final, pues como lo he dicho, es un lugar común y un chiste muy viejo. Sin embargo, el logro de Aira, está en convertirse en una especie de alquimista pues toda historia que toca la literaturiza, una “enfermedad” que me recuerda a Borges, a quien no le era demasiado grato que esto le ocurriera, pues hasta el menor de los chistes le estallaba en las manos convertido en literatura.

El libro es un arma de dos filos: por una parte, se sintetizan muchas clases sociales y existe la lucha de poder político y social; y por otra, la sencillez de una historia contada en 53 páginas deviene la relación estereotipada de la amistad mal entendida que devine en chantaje y engaño.

O no.

 

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