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René Avilés Fabila, foto de Óscar Alarcón
René Avilés Fabila, foto de Óscar Alarcón

 

Entrevista a René Avilés Fabila, tercera y última parte.

Por Óscar Alarcón

Ciudad de México, 25 de abril de 2011

En la última entrega de esta entrevista, René Avilés Fabila nos platica su relación “afecto-aversión” con Carlos Monsiváis; cómo espera la elección presidencial de 2012; y los planes inmediatos en su vida como escritor.



ÓA. Y de los personajes de ciudad de los que ahora estás comentando, ¿qué significó para ti Carlos Monsiváis?

RAF. Con Carlos tuve una especie de relación de afecto-aversión, nos conocimos por allí de 1960, no en la escuela —él era mayor que yo, no mucho, él era del ’38, yo soy de fines del ’40—, lo conocí y él vivía en Portales y yo en la colonia anterior. Alguna vez se acercó a preguntarme algo, y pensé que era una tomadura de pelo lo que me estaba preguntando, ya era famoso, supongo que nació famoso.

Nunca se entendió, no sé si decirte con mi generación, pero por lo menos con José Agustín y conmigo no se entendió. Y en esa época Agustín y yo éramos muy unidos, muy juntos. Yo fui testigo en su boda y él fue testigo en la mía, es una relación que viene de la secundaria, nos tenemos confianza. Supongo que esas mismas afinidades nos hicieron no simpatizar con Carlos.

Yo soy un poco más sociable, o por lo menos eso aparento, y tuvimos una relación en la que viajábamos mucho, estuvimos en Alemania, en Estados Unidos varias veces, y platicábamos bien, pero después algún sarcasmo suyo o mío nos volvía a la realidad. Entonces decidimos que no podíamos ser pareja.

Cuando yo escribí mi texto, que nunca se ha publicado y que está en internet, que se llama algo así como “Sueño de una tarde de verano” —lo escribí muchísimo antes de que remotamente se supiera que iba a morir o que estuviera enfermo, estaba muy bien— y lo publiqué. La reacción fue impresionante, nunca había tenido tantos correos electrónicos y llamadas como esa ocasión, todos felicitándome, elogiándome, todos estando de acuerdo. Y no sólo eso, sino que en ocho días se había traducido al inglés —son casi veinte páginas— y estaba circulando en blogs.

Entonces me dio la impresión de que más que afecto y admiración le tenían miedo, temor y se necesitaba que alguien diera ese primer paso. Tan es así que cuando muere, Excélsior —que es uno de los periódicos en donde yo habitualmente escribo— me llamó y me dijo que iba a morir Monsiváis. Les dije: “he oído eso desde hace muchos días, ¿es cierto?” respondieron que sí y me pidieron mi opinión. Yo contesté “no será la mejor y a mí no me gusta hablar de quien no se puede defender”. Entonces ellos me dijeron que les interesaba una opinión distinta, y volví a dar una opinión del Carlos Monsiváis que yo veía, y se me quedaron cosas en el tintero.

Aunque siempre afirmé que el deslumbramiento que los mexicanos sentían por él, se debía a que no lo entendían, y entonces no sabían si criticaba o elogiaba. Era confuso —como diría Hegel— por razones de claridad. Yo nunca lo entendí y me propuse leerlo con calma, pero no sabía exactamente qué era lo que estaba diciendo.

Esto lo comprobé una vez en la que fuimos a San Antonio Texas, a una mesa redonda sobre la presencia de la literatura norteamericana en la literatura mexicana; nos pidieron, con el rigor de la academia norteamericana, que enviáramos uno o dos meses antes los textos para que pudieran ser traducidos y publicar un libro, de tal suerte que cuando llegáramos a San Antonio ya estuviera. Y efectivamente, cuando llegamos ya estaba el libro.

Lo abrí y obviamente busqué primero “Avilés” y ahí estaba yo. Lo seguí ojeando y me llamó mucho la atención de que Monsiváis estuviera en español, pregunté y me dijeron: “es que nadie lo entendió y por eso no lo pudimos traducir”.

Puedo decir en su abono que inventó un nuevo lenguaje, que sólo entienden los elegidos o que realmente tienen la habilidad de comprenderlo, pero nunca pudimos ser buenos amigos.

Y esto se acentuó cuando él se convirtió en lopezobradorista; me pareció absurdo, ridículo, que un hombre inteligente y culto no viera la clase de charlatán que es López Obrador. Porque Carlos fue uno de los beneficiarios de todos los gobiernos: de los panistas, priistas, perredistas, como Elenita [Poniatowska], como la mayor parte de los intelectuales mexicanos. De los pocos que lanzarían la primera piedra sería yo, nunca me he visto beneficiado por ningún gobierno, y sí he sido crítico absoluta y abiertamente de todos; siempre he retado a quien me critica a que me encuentre un artículo elogiando a algún político. Ahí están las hemerotecas.

Esto nos puso distancia. Yo vi a Carlos siempre muy autoritario, muy prepotente y lo era en realidad. Tan es así, que una vez que estábamos José Agustín y yo en Nueva York, se nos pegó. Los tres íbamos a lo mismo, pero con las distancias del caso, José Agustín y yo teníamos de qué hablar, e incluso éramos bebedores —yo sigo siéndolo, no sé si él— y Carlos se nos pegó, pidió una cuba —que me pareció absurdo pedir una cuba en Nueva York, pero cada quien sus gustos y yo desde luego estaba tomando etiqueta negra— y le dijo a José Agustín: “oye, por favor, no andes diciendo que soy fascista”. Entonces José Agustín con una enorme naturalidad y rapidez le dijo: “pues hijo, deja de ser fascista”.

Eso me llamó mucho la atención porque me di cuenta de que era un hombre autoritario, que decidía quién iba a ser famoso y quién no. Y como nosotros no estábamos en la lista de elegidos, no hubo esa cercanía que él tuvo con muchos otros escritores. Sin embargo, he leído a otros críticos suyos que sí pasaron por una larga e intensa amistad, como es el caso de Luis González de Alba y ha sido demoledor. A grado tal que señala cosas que a mí me parecen tontas, como el hecho de que Carlos tenía todos sus libros forrados de plástico. Nunca entendí qué objeción tenía a que un imbécil forre sus libros de plástico ¿no?, yo lo hacía de niño.

 

Creo que la falta de crítica literaria real, seria, responsable, que sea eso solamente: crítica literaria, que no se esté convirtiendo en “un día soy escritor, otro día soy crítico”, esa crítica como en Estados Unidos o en Europa, egresada de las aulas, preparada para tal efecto, es lo que nos lleva a no saber quién es quién en México, de eso estoy totalmente convencido. No sabemos quién es quién y tampoco sabemos si dentro de veinte o cincuenta años, Poniatowska va a seguir siendo la Sor Juana Inés del siglo XX y XXI. Puede ser que las cosas se queden así, puede ser que no. Por ahora es muy difícil decir quiénes ya se quedaron.

 

Veo un desdén hacia los Estridentistas, y que curiosamente ustedes los jóvenes han tratado de recuperar: una postura que por lo menos fue inalterable toda la vida. Todos estos ruquitos —yo los conocí cuando no eran tan rucos y yo era excesivamente chico, eran amigos de mi padre— fueron anti-imperialistas todo el tiempo, críticos, vieron con simpatía el marxismo, fueron irreverentes, muchas de las cualidades que uno puede y debe admirar, las presencié en ellos.

O ahí está Revueltas, citado y citado pero no te das cuenta de que alguien lo haya leído realmente. Les conmovió su actitud política y ética, pero su literatura, no. La mejor prueba es que tardaron mucho en salir sus Obras Completas, y fueron promovidas más por el sentimentalismo que por una razón estética, por la presión de la familia, de los amigos que quisimos a Revueltas —ahí me confieso parte, fui de los que presionaron para la primera edición, que venían con epílogo de José Agustín—; porque veíamos con respeto a todos esos escritores, a los que veíamos realmente marginales, y que presentaban una actitud combativa constantemente. Eso es algo que hay que apreciar, y lo fundamental es la belleza de la obra.

 

 

RAF, foto por María José Morales Muñoz
RAF, foto por María José Morales Muñoz

 

ÓA. ¿Crees que la literatura —como la de la Posguerra, la del Boom, la de la Onda— pueda volver a mover y a generar un cambio para que las cosas mejoren, con todos los acontecimientos que han ocurrido últimamente en nuestro país?

RAF. En términos generales la cultura es una manera inteligente de combatir la inseguridad, la violencia, pero no por sí misma, no ella sola, tiene que ser un conjunto de acciones. Ahí está el resultado de un gobierno panista tan tonto como el de Felipe Calderón.

Yo estaba en Finlandia o Dinamarca, no lo recuerdo, cuando Felipe declaró formalmente la guerra al narcotráfico. Las noticias las estaban dando en francés y me llamó mucho la atención porque el periodista dijo —mala cosa—: “va a perder la guerra”. Solamente él cree que va ganando.

Por otro lado no tenemos a las autoridades necesarias, competentes, preparadas, capaces para manejar e impulsar la cultura. Lujambio puede ser un hombre inteligente, no lo dudo —ya me mandó sus libros para que no lo critique— pero no hay espíritu social en el gobierno mexicano. No lo hubo tampoco en el de Fox, y para ser honestos tampoco en el de Zedillo. En los estados las cosas están muy mal.

¿Cómo podemos esperar una mejoría si los secretarios de estado, antes de serlo, eran jefes de piso del Palacio de Hierro, o gerentes de sucursal bancaria en pueblo de tres mil habitantes? Son de una incapacidad total. Ya es monótono hablar con los altos funcionarios panistas —que como periodista tengo oportunidad de hacerlo— todos te cuentan lo mismo, lo primero que te dicen es: “yo no soy del PAN, yo vengo de la empresa privada”, ¿por qué no se quedaron ahí? Esta enorme carencia es algo que ha acelerado el deterioro. No tenemos la estructura cultural necesaria para echarla andar con todo su peso, a lo largo y ancho del país, para coadyuvar al esfuerzo que militar o policíacamente se lleve a cabo.

Sí se puede, pero no será en manos del PAN. Es muy curioso que un partido fundado por un intelectual como [Manuel] Gómez Morín —que justo perteneció a una generación brillante: la de los Siete Sabios, donde había figuras extraordinarias como Lombardo Toledano, con todo y lo que se le pueda criticar—, sea un partido totalmente negado para la acción cultural. No veo cómo se pueda hacer.

Al escenario que sigue —hasta este momento las encuestas indican que el PRI regresa—, en el que gana Peña Nieto, de manera abrumadora para los términos de hoy en día —o contundente para que se escuche menos dramático—, llega también un grupo o un PRI nuevo, que no tiene nada que ver con el fomento y el desarrollo cultural. El estado de México puede ser ese mismo laboratorio, ahí tienen un enorme laboratorio cultural que está en las peores manos, que no tienen idea hacia dónde va. Aunque saben que la cultura tiene un valor y repercute políticamente de manera positiva; siempre es encantador retratarte con Carlos Fuentes.

Fidel Herrera, por ejemplo, llevó a Veracruz a cuanto intelectual pudo, no porque los lea o le interese, le vale madre, el tipo es ignorante, pero sabe que tiene importancia, que te ven con Vargas Llosa y dices ¡wow! Eso es lo que el PAN no entiende.

Aunque estoy anticipándome demasiado. Veo una enorme inactividad de CONACULTA, que todo lo hacen de modo torpe, como lo que ocurrió con Bellas Artes, ¡pero es el país! Lo que se hizo con el monumento a la Revolución es un atentado, y lo que se ha hecho con infinidad de obras valiosas cuya intención era otra, menos la de divertir a una bola de piojosos que no les alcanzó para ir a la playa de Villa Olímpica, porque hasta allá no hay metro —te lo digo porque es a la que voy yo.

 

ÓA. Si pudieras recomendarle un libro a Lujambio, a López Obrador, a Peña Nieto y uno a Felipe Calderón, ¿cuáles serían?

RAF. A Felipe Calderón le recomendaría México Bárbaro; a Lujambio, los libros de Vasconcelos para que vea cómo surge esa intención de crear una Secretaría de Educación Pública de gran aliento; a López Obrador, creo que lo más adecuado sería regalarle un libro que se llama Dios mío, hazme viuda, de Josefina Vázquez Mota, ahora que está en cursos de autoestima porque dice que mientras más felices seamos, más prósperos llegaremos a ser los mexicanos. Pero eso también lo dice Og Mandino, si tú vendes durísimo eres feliz.

Creo que ese es el problema, están lejos de los libros, están lejos de la literatura adecuada. Casi a todos los conozco, me sorprende el caso de López Obrador, porque se ha hecho rodear por muy distinguidos intelectuales. Ahí está por ejemplo un hombre de gran formación marxista, Enrique González Pedrero, autor de extraordinarios ensayos y libros de historia sobre Santa Ana; igual que Víctor Flores Olea, que tuvieron un tránsito del marxismo al priismo, en donde ocuparon altos cargos y luego se fueron a la oposición perredista. En González Pedrero, probablemente tenga una explicación: fue maestro y tutor de López Obrador. Pero me refiero a que si está rodeado de personas inteligentes, de personas de cultura, de personas que políticamente tienen una gran experiencia, por qué no utilizarlas y crear un gran proyecto de gobierno, de país, distinto al que tenemos.

Lo que tiene López Obrador es un montón de parches para poner aquí y allá, y eslogans tediosos y aburridos como “primero los pobres”, que no conducen a ningún lado. Marx nunca imaginó a los pobres llenos de caridad, los imaginó con trabajo y en actitudes revolucionarias, buscando una nueva imagen. Y para que no fuera considerado un peligro para México —como decían los panistas— se convirtió en un autor de frases de autoestima y de superación personal, pero como es un político rudo, tosco, no encuentra la manera de decirlas inteligentemente, de manera que nos pueda convencer. Habría que regalarle un buen número de libros de autoestima para que siga por allí.

No va a ganar las elecciones, eso es seguro, aunque se enojen los perredistas. No es algo que yo lo diga, estoy viendo los escenarios y las encuestas. Podrá haber recorrido cuarenta veces el país, municipio por municipio, pero ya hay demasiados decepcionados de su actitud violenta, iracunda, de sus errores.

Los tiempos han cambiando aceleradamente, y cómo estaremos de perdidos que pensamos que el PRI llegará nuevo, distinto y que será otro. Para empezar, será una linda sorpresa cuando se vea que el gabinete de Peña Nieto está integrado por sus primos, tíos, cuñados, abuelitos, toda la familia y por el grupo de Atlacomulco, que para el caso es el mismo. Ya que en ese momento a Eruviel Ávila, al que no habían dejado entrar, le darán su credencial.

 

Estoy más esperanzado en la sociedad, en el lento aprendizaje que tiene la sociedad mexicana, primero en romper con el paternalismo estatal, luego dejar de creer en caudillos, pensar en ideas, buscarlas, saber cuáles son las más adecuadas para un país como el nuestro, no tenemos ejemplos internacionales sobre cuales basarnos.

 

A no ser por estas mezclas extrañas que hay ahora en Cuba, Vietnam, China y que pronto se empezaran a ver en Corea del Norte, posiblemente, y que López Mateos llamaba economía mixta. No es ninguna novedad, es un estado fuerte con presencia de una iniciativa privada vigorosa pero controlada por el mismo estado. Eso es a lo más que se puede llegar.

Lula venía del partido comunista, era un obrero, y no vi que hiciera cambios radicales; tienes que acostumbrarte a saber que debes tratar con Estados Unidos, con las potencias europeas, con el capitalismo asiático. Lo más inteligente es ir trabajando, poniéndose al servicio de la sociedad mexicana para que ella pueda decidir su propio camino sin necesidad de personajes iluminados, sea porque resultan muy osados o porque se casan con una actriz muy guapa; pero tienen que aprender que no son los partidos políticos una solución por ahora.

Habrá que obligar a esos partidos políticos a asumir responsabilidades mayores. Y buscar en los intelectuales el apoyo necesario, siempre y cuando no sean intelectuales orgánicos de nuevo cuño, que se ponen al servicio del mejor postor.

 

 

RAF, foto por Óscar Alarcón
RAF, foto por Óscar Alarcón

 

ÓA. ¿Qué sigue para René Avilés Fabila?

RAF. Lo de siempre: seguir escribiendo literatura. La escribo con mucho entusiasmo como siempre y quizá con más rigor que antes, porque siento que ya estoy en fila para morir.

Trabajo con más cuidado mis materiales, pero no puedo dejar el periodismo por las dos razones que me inicié: porque me pagan bien y porque necesito decir cosas, dar mis opiniones.

Hay un René Avilés Fabila político, que militó muchos años en el partido comunista y que sigue viendo en las ideas marxistas un asidero como para de pronto abandonarlo. Y ese René sólo se puede ver en el periodismo.

Mis novelas son de amor, mis cuentos son fantásticos. No le veo mucho sentido a entrometer a la política, sólo de modo ocasional. Ya no es hora de escribir El Gran Solitario de Palacio.

Escribo gradualmente y te va a parecer absurdo, porque ahora soy un escritor muy reconocido, premiado, me han hecho homenajes en Bellas Artes, en la Ciudad de México, en Puebla, Veracruz, Querétaro, Morelos, en la UNAM, en la UAM, el Politécnico, todos me han hecho fiestas tumultuosas, llenas de personas que aplauden, que me quieren; todo esto es perfecto, pero no tengo en dónde editar mis libros.

En este momento no tengo editorial. Nueva Imagen finiquitó el convenio que tenía a contrato y coincide con que Larousse compró todo el consorcio, y ya no quiere autores, quieren diccionarios, enciclopedias.

Llegó a su fin el contrato de Obras Completas, nos quedamos en quince volúmenes, todos agotados desgraciadamente. Y estoy exactamente igual o peor que cuando empecé, porque ahora, a la edad que tengo ya no puedo esperar a que surja una editorial salvadora.

Tampoco creas que estoy muy preocupado, me vale madres, te lo digo con toda sinceridad; debería decírtelo con odio y con mucho resentimiento. Si aparece una editorial que se interese por un libro mío, perfecto y si no, no.

Nunca en mi vida he tenido la necesidad de tocar puertas para dos cosas: para pedir empleo, y para buscar editor. Siempre han llegado, siempre me han ofrecido.

Ahorita estoy muy contento porque van a traducir al árabe dos novelas mías: Tantadel y El Amor Intangible, me gustará ver cómo salen las mujeres desnudas con burka para que no se escandalicen los que siguen el Corán. En eso estoy, esperando ver pronto estas dos traducciones.

Disfrute mucho el año pasado cuando cumplí cincuenta años como escritor con tanta fiesta, mucho alcohol, tantos viajes, medallas, diplomas, pero no estoy preocupado. No sé si la vejez te tranquiliza o te haces creyente y esperas un milagro: que de pronto el Fondo de Cultura Económica sea puesto en tus manos, y como primer paso me mande a hacer mis obras completas en edición de lujo, en piel —humana, desde luego—, con hilos de oro.

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