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Foto de portada de Recursos Humanos de Antonio Ortuño, manipulación digital Óscar Alarcón
Foto de portada de Recursos Humanos de Antonio Ortuño, manipulación digital Óscar Alarcón

Por Óscar Alarcón.

Un twitt de Ricardo Cartas me recomienda sacar las novelas viejitas porque pueden tener futuro. Se trata de una nota del periódico El Universal  que trae a colación algunas obras que quizá parecían olvidadas de autores conocidos. Entre las obras que señalan se encuentra El Buscador de Cabezas primera novela de Antonio Ortuño, y con ello recuerdo la novela que lo hizo finalista del premio Anagrama de novela en 2007: Recursos Humanos.

Obra que le hizo despuntar y colocarse como una voz nueva en México —de él se ha dicho que es el mejor novelista mexicano en este momento. En Recursos Humanos, Ortuño nos presenta una obra llena de furia al interior de su personaje principal: Gabriel Lynch, —de quien su apellido no deja de hacernos un guiño a David, pero las acciones, las de Gabriel, comienzan como una ráfaga de fuego y que poco a poco se apagan para dejar la furia, el odio y la sed de venganza en otros actores dentro de la novela.

La vida de Gabriel Lynch, transcurre en una oficina en la que él es el supervisor de la calidad de los papeles para impresión, lo cual lo une con la literatura de manera mediocre, pues aunque sabe de la calidad de los papeles es incapaz de escribir al menos una línea decente. Su vida, aunque llena de odio, es monótona y aspiracional — ¿se puedes esperar más de un clasemediero mexicano? — que mira la menor oportunidad para ascender por la “escalera de Jacob” (la escalera que aparece en el Génesis y que conduce a Jacob a la casa de su padre) sin importarle a quien pueda pisar en su ascenso.

Por algunos momentos la novela pareciera moverse en un solo ritmo, pues el odio que impulsa a Gabriel es constante, no sólo en su ánimo sino en su lenguaje, “esta es la historia de mi odio” nos recuerda a cada tanto Gabriel; y pudiese parecer que éste es un defecto, sin embargo, para todos aquellos que han trabajado alguna vez en una oficina —me cuento entre los desafortunados—, sabrán que el espacio de trabajo se convierte en una suerte de casa de Big Brother, en donde cada uno busca cómo hacer el mal a otro sin motivo alguno, pues parece que permanecer 8 o más horas diarias trabajando en un lugar cerrado hace que aflore lo peor de cada uno de los seres humanos.

¿Qué persigue Gabriel con esta novela? — ¿Acaso, Ortuño? —: “Sepan, si es que alguien ha seguido mi monólogo hasta este punto sin saltarse a cuartillas más sexualmente promisorias —quizás nunca las encuentre—, que abandonaré algún día esta retórica de predicador y me entregaré a los placeres de la bestialidad y el coloquialismo. A partir de ahora, de esta línea quizás la que sigue, ya que esta llega a su fin sin que mi profecía tenga visos de cumplirse, buscaré privilegiar la narración de mis pobres afanes por sobre mis pensamientos” (página 76).

Pero resulta que la novela se convierte más en la senda de un perdedor que los “buenos” resultados del odio, pues Gabriel pierde terreno ante el desastre que acontece en la oficina, y que no ha sido provocado por él. Cuando se da cuenta que lo que él había maquilado fue provocado por una mujer, lo más que hace es congratularse porque él fue quien prestó el libro a la mujer en donde venían las instrucciones para crear una bomba de clavos. Gabriel se convierte en un tipo convencional — ¿será que ser es peor que ser mediocre? —, alejado de todo adjetivo que lo pudiese encumbrar, Gabriel se convierte en un trepador — ¿acaso siempre lo fue? —, y peor aún: se convierte en un oficinista más.

Parece que esa es la intención de Antonio Ortuño, quien logra construir un personaje que comienza en el negro para perderse en el gris de la mediocridad —la novela arranca cuando Gabriel le prende fuego al auto de su jefe y el resto no es más que puras cavilaciones sobre cómo manipular a su mnemésis a quien llama Constantino de forma despectiva ya que es su segundo nombre y nadie lo usa—; Gabriel se vuelve una hiena a la espera de subir gracias a la eliminación de otros, al más puro estilo del mexicano.

 

¿Será ésta también la suerte de la literatura nacional?

 

Recursos Humanos de Antonio Ortuño, Anagrama, España, 2007.

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