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Portada del libro Don’t try this at home, fotografía de Daniel Carpinteyro, manipulación digital Óscar Alarcón
Portada del libro Don’t try this at home, fotografía de Daniel Carpinteyro, manipulación digital Óscar Alarcón

 

Por Daniel Carpinteyro

Hogar, dulce hogar, Dave. Una fortaleza para tu intimidad, muros compuestos de algo diferente a todos los muros de ahí afuera; los de tu casa sangran contigo y forman parte de tu carne, de tu memoria. El día que ellos caigan, algo en ti desplomará para ya nunca levantarse. Nada como tu hogar para guardarte contra el caos del mundo exterior. Universo en sí mismo, “un cosmos en toda la acepción del término”, como dijera Gastón Bachelard, “uno de los mayores poderes de integración para los pensamientos, los recuerdos y los sueños del hombre”.

¿Qué mejor lugar para el repliegue cuando la intemperie y sus vientos se vuelven en nuestra contra? Fortuna y Karma, par de gemelas arrogantes, te pintan dedo mientras fuman sus Pall Malls. Primero Jane’s Addiction y ahora Red Hot Chili Peppers han decidido arrojarte de sus filas. Perry Farrell está hecho un snob y quisquilloso y, a excepción del solidario Flea, los soldaditos deslucidos de Anthony Kiedis se han vuelto más puritanos que Tipper Gore y las Madres de la Prevención juntas; pusilánimes como su pseudofunk descafeinado y mercantil. La escena atraviesa tiempos áridos. Nadie quiere ya morirse siendo joven. Los rockstars han dejado de gastar en drogas para abonar seguros multimillonarios contra las enfermedades profesionales de su oficio. Como si de veras conservaran los cojones de reventarse una cuerda vocal ante el micrófono o exacerbar algún arpegio de guitarra aún en medio de una agónica distonía que se extendiera por la vaina del tendón encargado del pulgar. ¿Quién, de entre todos ellos, se haría acreedor a una condenación honoraria? Jimmy Hendrix les escupiría llamaradas azuladas desde los infiernos. Un incendio debería arrasarlo todo.

California es demasiado cálido en verano como para andarse achicharrando en las aceras. Hay que pensar algo antes de agotarse las reservas monetarias y la fama. Y para pensar con tino, Dave, uno necesita calma. Hay que encerrarse. Tienes esta casa en las colinas de Hollywood donde cualquier mediano sibarita se apuntaría a pasar un año en “cautiverio”. Y tienes mucho por resolver aquí, dentro de ti, ahora que casi te has quedado solo y has decidido retomar los opiáceos y los alcaloides. Todo eso está bien, Dave. Toda frecuencia emocional demanda sus moduladores. Uno sabe en el fondo quiénes han probado ser amigos y es natural que regresemos a los verdaderos una y otra vez.

Aún eres fuerte pero empiezas a tener tus dudas. Ayer estuve viendo, de nueva cuenta, ese video donde llamas a un servicio de ayuda para desintoxicación, y unas escenas después te inyectas heroína, la foto de tu madre clara y discernible en un segundo plano. Al fin he comprendido que esas imágenes no se reducen a otro de tus juegos con el tabú; ese video es nada menos que  tu última voluntad, ¿cierto? Lo has editado como un obseso. La pieza inquietaría hasta Luis Buñuel. Incluso has llegado a la extravagancia de comprar una caseta de fotos automáticas para tu morada; y, por cierto, ahora que la has transformado en una mezcla entre picadero y laboratorio de experimentación social, sería buena idea que metieras en esa cabina a cada ser humano que te regale una visita. Un ritual obligatorio para todo visitante durante éste, que será tu año “de prueba”. Así, en caso de que sobrevivas, tendrás una valiosa fototeca de tu “temporada en el infierno”. Mételos a todos ahí: Marilyn Manson, Twiggy, D’arcy Wretzky, Billy Corgan, Jimmy Chamberlin, Flea, la señora de la limpieza y su niña, tus dealers, tus sexoservidoras y los dealers de tus sexoservidoras. Que se luzcan, que ensayen sus mejores poses, crudos, reventados de malilla, con el semblante del extraterrestre aquél de la necropsia que se filtró a You Tube desde el Área 51. Entra tú mismo en la cabina a la menor provocación y haz todas las muecas que venga en gana. Ponte el cañón de una pistola contra la cabeza. Cosas así.

Al final del año, deberías reunir todas esas fotos y publicarlas en un libro. Escribe algunas líneas, ensaya alguna justificación de tu proyecto, di que es parte de un proceso de autoaceptación que te ayudará a dejar atrás un pasado oscuro. Y luego véndelo. El Mercado tiene hambre de pasados requeteoscuros y requetesalados. No olvides mencionar una vez más el asunto de cuando a tu madre la acribillaron frente a tus narices. Esa anécdota se ha convertido en parte integral de tu visage. Tampoco puedes dejar de lado alguna declaración sobre tu rompimiento con esas dos bandas que te han llevado al estrellato, y además jactarte de que ambas te quedaban un poco estrechas. También puedes rellenar páginas mediante conversaciones telefónicas con tus exes y alguna stalker, o reseñas de los presagios alarmantes que te arroja de cuando en cuando la Ouija, o alguna discusión acalorada sobre las credenciales artísticas de Steve Vai. Quién sabe cuántas cosas pueden pasarte en un año, Dave. Algo puede pintar mejor. Quién quita y en una de esas te acabas casando con Carmen Electra. ¡Y también lo pones en el libro! Que la última foto sea la de su boda, contigo de rodillas besándole la suela del zapato a la novia, ¿no? Perdonarás tanto desvarío, carajo, pero este White China está para chuparse las venas. Gracias por compartir. ¿Puedo servirme otro vodka?

Digamos que al final tendrías un cuaderno de apuntes: un scratchbook. Un fetiche de memorabilia para fans, ¿ves? Ya se sabe que los fans te comprarían cualquier mojón de mierda si se los mandas en un frasco autografiado. Pon tus fotografías y manuscritos en manos de un buen diseñador editorial y a ver qué sale. Es más, te presentaré a un amigo: Neil Strauss. Él te ayudará a conceptualizar este proyecto. Creo que por aquí tengo su número. Contribuye como editor para la revista Rolling Stone y también escribe en el New York Times. Ha escrito libros junto con Marilyn Manson, los Mötley Crüe y la ricurita de Jena Jameson. Un cabronazo de lo más listo, un gurú y un ideólogo de las relaciones con la farándula. Pero, ante todo, un escritor bastante visionario y al menos no se aprovechará de ti ni un céntimo más de lo que tú te aproveches de él…. Aquí está ya su número ¿Tienes dónde apuntar?

Decálogo áureo:

DIEZ FORMAS DE AMARRARTE UN TORNIQUETE: (p.101)

  1. UN CABLE O CORREA PARA GUITARRRA  (“Dejas la guitarra conectada, por supuesto”).
  2. CABLES ELÉCTRICOS DE APARATOS DE COCINA (“Chutarse en la cocina crea la ilusión de que no estás escondiéndote, especialmente si ya has ido al baño dos veces esa noche. Si dejas la puerta del refri abierta y te amarras con un cable, sólo parecerá que tratas de servirte una bebida”).
  3. EN PARTICULAR LOS CABLES DE LOS TOSTADORES (“El tostador jala hacia abajo el cable perfectamente alrededor de tu brazo, para que no tengas que usar las dos manos”).
  4. LA CUERDA QUE CONECTA UN AURICULAR A LA CAJA DEL TELÉFONO ( “Puedes estar texteando a tu dealer mientras te arponeas ese último chute”).
  5. LA MANGA DE UNA CAMISA O LA PIERNA DE UNOS PANTALONES  (“Usualmente, estoy usando la camisa o los pantalones. Solamente le arranco la pierna o un brazo”).
  6. LOS DREADLOCKS DE TWIGGY RAMÍREZ  (“Es el único animal que he usado”).
  7. LA BANDA DE UNA TÚNICA (Es el desayuno de campeones).
  8. EL CABLE DE UN RATÓN DE COMPUTADORA (“Siempre puedes mandar un e-mail al 9-11 si se presenta un problema”).
  9. UN CONDÓN (“Solamente asegúrate de que no esté lubricado, de que no sea tu último, y de que te lo quitas del brazo antes de volver a la habitación o al restorán”).
  10. CINTURONES DE SEGUIRIDAD DE COCHES (“He llegado tan lejos como para alcanzar la parte trasera de un vehículo, agarrar una lata vacía de Coca Cola, rajarla a la mitad, invertirla de tal forma que la pequeña abolladura del fondo se convierta en su propia cuchara, y cocinar en ella la heroína. Entonces la chupo con una jeringa y me hago el torniquete con el tirante, todo esto mientras manejo. Incluso he bajado a mi primo, que es un torpe, del vehículo mientras manejo”).

 

Navarro, D., & Strauss, N. (2001). Don’t try this at home. A year in the life of Dave Navarro. (1 ed, p. 255). New York: Regan Books. DOI: www.reganbook.com

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