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Foto cortesía de Mitzi Hernández
Foto cortesía de Mitzi Hernández

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz).

 

A Carlo, Koke, Nydia Acevedo,

Diana Alí, Itzel Mendoza y por supuesto a Óscar A.,

quienes en su momento y hasta la fecha

me formaron y me incentivaron a seguir soñando.

 

¡Hay maestros que no debería serlo! México es un país raro: aquí hay quienes ejercen la docencia a falta de un empleo mejor. En otros países el profesor es sinónimo de calidad y su ética debe ser incuestionable, mientras que aquí hay muchos a los que poco o nada les importa el desarrollo académico y moral de sus estudiantes.

Recuerdo muy bien esa tarde ya lejana en el tiempo, cursaba el tercero de secundaria en el turno vespertino, estaba junto con mi grupo en la clase de “Educación cívica y ética”, todos formados detrás del escritorio esperando a calificarnos la tarea, yo esperaba en mi lugar a que la fila terminara, pues para entonces tenía una pierna fracturada y no podía formarme como el resto. Cuando tocó mi turno tomé mis muletas y recorrí con ellas los metros que me separaban del escritorio. Con mi libreta en el brazo llegué hasta ella y entregué la —siempre monótona— tarea. En ésta tenía que contestar algunas preguntas que venían en el libro sobre cuáles eran mis habilidades, mis defectos, mis límites y otras cosas que he olvidado.

 

En la parte de las limitaciones puse que no existen, y escribí entre comillas una frase que aprendí en el grupo scout al que asistí en mi niñez y parte de mi adolescencia: “mi único límite es el cielo”.

 

Hasta la fecha creo firmemente en eso.

 

Cuando le puse la libreta se dedicó a palomear mis respuestas casi de forma automática, pero se detuvo en seco al ver esa frase; levantó la cara, me arqueó una ceja y me corrigió: no, sí tienes límites, por ejemplo, ve tu pierna, gracias a ella no te puedes mover con facilidad ni hacer tus actividades cotidianas, ¿qué eso no es una limitación?

 

Si en ese momento tuviera la irreverencia de la que disfruto ahora, le hubiera arqueado la misma ceja para contestarle: la neta usted no sirve para enseñar.

 

Pero mis limitados recursos verbales de entonces me redujeron a contestarle con muchas muletillas, de manera que no pude aclarar mi punto. Aun así, ¿hacía falta? ¿A poco no se entiende que lo que quise decir es que no debo dejar que ninguna circunstancia me limite y me impida realizar mis actividades y mis proyectos? Pero ya ni eso, ¿de verdad no entendió que la frase es una metáfora de cómo debemos ver nuestros límites: lejanos?

 

 

Ese día terminó por rechazarme la tarea y (como tantos profesores en mi vida) me dijo en palabras bonitas que me bajara de mi nube rosa y asimilara la realidad, porque más adelante me crearía problemas y bla bla bla.

 

 

Les cuento esta experiencia para reflexionar un poco: es claro que yo no fui su único alumno, antes de mí debió tener bastantes y desde que terminé ese curso seguro que han pasado por ella otras generaciones. Imagínense nomás a cuántos ya desesperanzó haciéndolos ver sus impedimentos, o a cuantos ha regañado por soñar de más, o a cuantos les puso una mala nota por no entregar tareas tontas.

 

¡Caray! y de sólo pensar que ella no es un caso aislado en nuestro país da miedo pensar en la cantidad de estudiantes que a diario son desmotivados por maestros que no saben cómo tratar a jóvenes con sueños. ¿Conocerán el significado y los alcances de esa palabra?

 

Esa tarde ya no le dije nada, cerré mi libreta, me senté y por el resto de la clase me puse a platicar en respuesta a su mal trato. Cuando la clase acabó y salimos del salón le menté la madre, ni hablar, tenía 15 años.

 

No me queda más que agradecer a mis buenos maestros (que para mí fortuna han sido más) por contrarrestar los efectos negativos que esa experiencia pudo tener.

 

A Iván también lo puedes leer en: https://vertederocultural.wordpress.com/

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