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Por Óscar Alarcón (@metaoscar)

Puebla, México, 12 de agosto de 2020 [01:57 GMT-5] (Neotraba)

Todo es culpa de Eusebio Ruvalcaba. Hace años me encontré con dos de sus libros: la novela Los ojos de los hombres, y el poemario El frágil latido del corazón de un hombre, ambos publicados en Editorial Nula de la que Carlos Bortoni era editor. Nos conocimos en persona en un festival del libro que organizamos en la preparatoria Emiliano Zapata de la BUAP. Hicimos varias presentaciones de libros, desde las 7 de la mañana y hasta las 8 de la noche. Fue un día maratónico y, a la mitad del día, Carlos Bortoni dio una charla para los alumnos de media superior.

Ese día tomó un pequeño descanso de sus ocupaciones y decidió pasear con su familia. Puebla fue una de sus escalas técnicas. Platicó sobre la escritura, la editorial, las historias que merecen contarse. Perro viejo y cansado se publicó en 2014 en la colección de cuadernos de Nitro/Press y en la orilla del libro se incluye un folioscopio, el cual le da movimiento a un perrito que habita y camina a lo largo del libro.

Dar las gracias no es suficiente aparece en 2019 también bajo el sello de Nitro. Se trata de una novela cuyo personaje principal es el Señor González, un anciano empacador en el súper mercado.

Quizá una historia poco llamativa, pero Bortoni gusta justamente de este tipo de retos: narrar la vida de un personaje al que todo mundo mira de soslayo. Uno ya no puede ver de la misma forma a los ancianos que se han peleado el trabajo con los niños al final de la caja, tanta es la  manipulación y crueldad en el Señor González. Sin embargo, estos personajes desaparecerían cuando una pandemia nos confinó en nuestras casas.

El Señor González es osco, agresivo, burlón; nos hace reír y reflexionar sobre un espejo del cual, pronto, a muchos, nos alcanzará su reflejo. La charla quedó pactada con la misma palabra con la que Bortoni aceptó venir por primera vez a Puebla: “cerrado”.

Carlos Bortoni. Cortesía del autor.
Carlos Bortoni. Cortesía del autor.

Óscar Alarcón. Antes de entrar de lleno a Dar las gracias no es suficiente, quisiera saber cómo has visto la evolución editorial en México, sobre todo desde la desaparición de Editorial Nula.

Carlos Bortoni. No sólo las editoriales, en general las propuestas narrativas están moviéndose hacia una sobreintelectualización del entretenimiento. Se están alejando de la literatura —entendiéndola como la confrontación entre el texto y el lector, poner contra las cuerdas al lector— y están pasando a un entretenimiento simple, llano, hollywodense —incluso— pero intelectualizado. Es completamente válido.

No ha perdido ese matiz tan mexicano de volver complejo lo sencillo, de tratar de ser bastante rebuscado —tú estás en Puebla: lo barroco, tal cual, no tiene nada de malo. No lo critico pero, de repente, oculta ciertas cuestiones, se disfraza entre unas estructuras complejas, en historias enredadas, en temáticas aparentemente mucho más atrevidas. Al final lo único que hacen es entretener al lector y no hay confrontación, no hay sangre, no hay carne de por medio.

El sector editorial comercial lleva años haciéndolo y empezó a cooptar —si la palabra cabe— a los autores que antes publicaban en editoriales independientes —y temo que hay varias editoriales independientes que están cayendo en hacerle el juego o en seguir los pasos de las editoriales grandes, con la desventaja de que no puedes competir contra Goliat en su mismo juego.

ÓA. Resulta complicado no sólo para el editor sino para el lector.

CB. El lector ya no encuentra un espacio distinto. El lector ya no encuentra una propuesta donde enfrentarse a sí mismo o, peor aún: el lector queda abandonado ante un desierto o un abismo o una selva de textos inabarcable, en donde el papel que tiene el editor —de ser un lector que filtra, un lector que recomienda— desaparece por completo y quedas expuesto.

Seguro hay grandes textos en línea, pero encontrarlos es una tarea ardua e ingrata.

ÓA. ¿Qué ocurrirá con las editoriales pequeñas que sí han rescatado textos valiosos pero se han encontrado con esta pandemia interminable?

CB. Tendrán que reinventar el acercamiento con el lector. Las editoriales pequeñas tienen especializaciones en ello: hay quienes lo hacen muy bien en las ferias; hay quienes lo hacen a través de los medios digitales, redes sociales; presentaciones.

Nula era excelente presentando libros. Si algo sabíamos hacer, no era vender libros: quizá no los editábamos tan bien, pero éramos fenomenales presentándolos. Teníamos presentaciones de 600, 300 personas. Vendíamos muchos libros en estos eventos, era lo que sabíamos hacer. Fuera de ahí nos quedábamos cortos en otros aspectos.

El editor deberá acercarse de una forma nueva al lector. La música —que siempre lleva mano en cuanto al arte y en cuanto al contacto con la gente— siempre es un buen referente. Los músicos lo han hecho antes y durante la pandemia: acercarse a sus audiencias, acercarse a la gente.

Creo que el editor y el autor van a tener que ser mucho más humildes para exponerse más, exponerse con menos glamour y poder llegar a los lectores directamente.

ÓA. ¿Por eso desapareció Nula, porque vendían los libros sólo en las presentaciones?

CB. No. Nula desapareció porque nos cansamos de distribuir los libros. Buscamos a una distribuidora y empezamos bien con una. Después nos dimos cuenta: nos decía que estábamos en muchas librerías y no estábamos en ninguna.

Intentamos cambiar de distribuidor, cambiamos; los primeros meses nos gustó cómo trabajaba —era la misma que distribuía a Verde Halago, eso nos dio un voto de confianza— y un día llegué a revisar cómo íbamos con el inventario —le habíamos entregado todos los títulos que teníamos, todos los ejemplares— y ya no estaban donde solían estar.

Parece que tronó, nunca más supe de ellos. Me volvieron a escribir años después para decirme “Oye, todavía tenemos tus libros, ¿dónde te los entrego?”, les contesté y no volví a saber de ellos.

Por eso despareció Nula: por unos 5 mil ejemplares en manos del distribuidor. No hubo forma de reinvertir. Fue terrible.

ÓA. La pregunta que te hacía sobre la pandemia iba relacionada con lo siguiente, ahora sí entrando en materia de Dar las gracias no es suficiente:he visto algunos botecitos rojos en el súper mercado, en donde la gente echa las monedas para ayudar a los ancianos. Desde antes de la cuarentena, quienes empaquetaban los productos no eran visibles, sólo les dábamos las monedas y ahí aparecían, ¿a qué se debe esta invisibilización?

CB. El sector más invisibilizado, ahora, paradójicamente es el más expuesto: es decir, la gente que no puede quedarse en casa, la gente que no puede dejar de salir a trabajar. No hablemos de médicos y enfermeras quienes son el primer frente, evidentemente; sino de toda la gente cuyos trabajos tampoco son esenciales.

Justo el otro día pensaba en escribir un ensayo sobre cómo la pandemia me entrega una patente de no ser esencial. Afortunadamente disfruto no serlo, porque puedo seguir laborando sin salir de casa; pero todos los que no son esenciales y no pueden quedarse en casa son el sector más sensible y el menos visto durante estos momentos. Hablamos de comerciantes, jornaleros, vendedores de periódicos —aunque ya casi no hay. Toda esta gente cuyo trabajo no es necesario para la movilidad social pero que sale porque vive al día. Son quienes peor la pasan en la pandemia.

Respecto a los ancianos: dentro de la tríada establecida, donde aparecen el niño, el loco —o el criminal— y el anciano, es este último a quien peor le toca. El anciano vive tiempo extra. El niño, mal que bien, espera la formación y que un día sea útil y productivo y entonces el concepto de “inversión” cabe. El preso o el loco, se confía a la rehabilitación o se le aísla de la sociedad, con un sentimiento emparejado de culpa o de castigo.

Pero con el anciano no existe ya el aislamiento en un espacio determinado, es decir, no hay cárceles para viejos. Aunque hay asilos y cada vez cobran más importancia, el sector público no puede con esa carga humana y el sector privado es carísimo: un asilo es muy costoso. No hay forma de reinsertar o de mantener al anciano en la sociedad.

Ver un anciano es de lo más incómodo para todos nosotros. Al final, este proceso del todo es incómodo: ver a un plátano pudriéndose en el frutero o algo descomponiéndose en el refrigerador.

En esta cultura en la que vivimos, donde confundimos la valía con el valor, le damos una carga moral al valor monetario, a la fuerza de trabajo. El anciano la perdió por completo y entonces no tiene cabida en esta sociedad. Resulta incómodo que todos quieran progresar, crecer al infinito —como si fuera posible enfrentarte a un espejo cuyo recordatorio constante sea no poder crecer—, llega un punto en donde se acabó el progreso, donde el cuerpo deja de responder. Evidentemente cada cultura, cada sociedad, tiene sus claroscuros, algo que no quiere ver y, por la lógica o dinámica misma, el anciano genera incomodidad.

ÓA. ¿Esa es una de las razones por las que Andrés Manuel López Obrador recibe tantas críticas? Por supuesto, de Enrique Peña Nieto había un montón de memes y de burlas pero, ¿Andrés Manuel también es criticado por ser anciano?

CB. Estoy seguro de ello. Había un anuncio donde se veía un viejito de espaldas, al volante, y la hija trataba de hacer consciente al padre sobre su edad y que no debía conducir más.

Sin lugar a dudas tiene que ver con que Andrés Manuel no pertenezca al centro del país. Me parece fundamental. No sólo no pertenece al centro, pertenece al sureste, no habla el español del centro, no se conduce como nos conducimos en el centro. Y es anciano.

Y es un anciano descarado —no lo digo para mal—, no lo oculta. No quiere verse joven, no es un anciano jovial. Lleva sus taras y sus fobias, hace públicos sus gustos y los celebra.

Eso incomoda muchísimo y, sobre todo, la idea de que no es moderno —en todo el concepto tan arcaico de modernidad: mantenerte joven, ser un rockstar, siempre vivir al límite… Tienes toda la razón.

ÓA. Aparece Dar las gracias…, en Nitro/Press. Antes ya habías publicado Perro viejo y cansado, ¿por qué te decantas por Nitro? Hablábamos al inicio de la cantidad de editoriales que existen.

CB. Me parece que Nitro/Press hace un trabajo estupendo, editorialmente hablando. Mauricio y Lilia son impecables en ese sentido.

Por otro lado, el acercamiento de Nitro hacia la gente es a través de las ferias —también hablábamos de eso hace rato—, logra un contacto editorial-lector muy fuerte. Nitro/Press se convierte en un sello de confianza para un grupo de lectores, así como una patente de calidad. Estar en el catálogo de Nitro me hace sentir como una certificación de calidad —aunque mi término es malo—, quiere decir que las cosas van bien, por estar ahí.

El trabajo de Mauricio como lector para corregir el texto y el trabajo de Lilia para acompañarlo me gusta mucho. Las observaciones de Mauricio, las recomendaciones, el acercamiento, el diálogo que tienes con él, nutre mucho al texto. Y puede nutrirlo en cuestiones mínimas, quizá no se noten en una primera lectura —o en una lectura normal—, pero las reflexiones, el diálogo construído entre editor-autor es súper enriquecedor. Las portadas y el diseño de interiores de Lilia enriquecen al texto brutalmente.

Para mí es una casa editorial —detesto utilizar estas palabras— de prestigio, calidad y renombre,  con un impacto y trascendencia. No me imagino tocando a la puerta de otro editor.

Soy un cínico en el sentido del perro de Diógenes y compañía: para mí la lealtad es fundamental. Mauricio y Lilia me abrieron las puertas y confiaron —desde Editorial Nula— y para mí mantenerme cerca de ellos es incuestionable.

ÓA. Háblanos un poco de la historia y del personaje del Señor González. Desde Perro viejo y cansado veíamos lo complicado de contar la historia de un perro vagabundo y, ahora, ¿qué de emocionante encuentras en el Señor González como para escribir una novela?

CB. Lo atractivo del Señor González es justo su poco atractivo, en un principio. Cuando planteo la escritura de Dar las gracias no es suficiente como un texto cotidiano, monótono, rutinario. Era muy importante para mí definir un espacio, desde un escenario sumamente cotidiano.

Me encuentro con el súper mercado y decido que es un buen escenario, un espacio de cotidianidad, y empiezo a buscar una historia dentro del súper mercado —sin lugar a dudas debe de haber miles. Encuentro estos personajes: cuando comencé con la novela irrumpían en el mercado mexicano y competían con los cerillos. Los veo en un espacio limitado, aunque el súper mercado es abierto y los techos son altos, ellos están siempre limitados a la caja, con poca movilidad.

La primera pregunta fue cuál será su historia. Así como tú y yo nos contamos una historia todos los días para salir de la cama, ellos deben de contarse algo para salir y aguantar cuatro horas al pie de la terminal —aparte de la necesidad.

Esa historia me parece atractiva: la historia que ellos mismos se cuentan para sobrevivir más allá de lo cotidiano, del alimento y del agua, esta supervivencia espiritual fundamental para seguir vivo.

ÓA. ¿En qué momento de la historia de nuestro país se perdió el respeto a los ancianos, en qué momento quedaron relegados a meros empaquetadores de súper sin recibir un salario, a vivir de las propinas?

CB. No tengo opción, voy a sonar cuatroteísta, como ya me hiciste sonar hace rato. Con el neoliberalismo, inevitablemente. El neoliberalismo no es un proceso que comenzó en los ’80 o los ’90 y sigue hasta nuestros días. Surge con el capitalismo: ahí está la semilla del mandato del mercado, que lo económico es lo que importa.

Es un proceso de larga duración, desacredita al anciano y a quien ya no tiene la capacidad de brindar una fuerza de trabajo. Y es ahí cuando el anciano entra. O, más bien, cuando el anciano sale de la sociedad y se le relega a empacar en bolsas. Paradójicamente, era un trabajo para niños: un trabajo para gente inexperta, en formación, para gente en un proceso de aprendizaje.

Es curioso cómo en este círculo el anciano —que en teoría debería ser alguien de quien se puede aprender, porque seguro hay ancianos de los que no se puede aprender nada, como hay cosas deleznables en todos nosotros, con experiencias o anécdotas que pueda contar— termina ejecutando una labor donde no necesita ser escuchado y no necesita ninguna experiencia —nadie necesita experiencia para entrar a trabajar: abrir la bolsa de plástico es lo más complicado en ese proceso.

Es una dinámica propia del capitalismo, llega a su punto más alto en su etapa neoliberal, que nos está tocando.

Carlos Bortoni. Cortesía del autor.
Carlos Bortoni. Cortesía del autor.

ÓA. No se necesita experiencia alguna para empaquetar, sin embargo, encontramos un decálogo al inicio del libro. Empaquetar parece una cosa nimia pero meter los productos tiene su chiste. ¿Qué tanto hemos puesto nuestra atención en detalles ridículos? Y, ¿qué tanto la historia del Señor González es ridícula? No lo digo como una ofensa hacia la novela, eso que nos provoca risa nos hace reflexionar que somos igual de ridículos por reírnos de esa situación.

CB. Hace poquito hablábamos de los trabajos no esenciales, que con la pandemia se evidenció cómo el grueso de la población se dedica a actividades económicamente no esenciales. ¿Qué es esencial? Aquellos que mantienen el orden en las calles: policías, médicos. También aquellos que cultivan o se dedican a la ganadería. Y aquellos que dan mantenimiento a la ciudad. Son cuatro sectores esenciales, quizá se me escapa algo. Todo lo demás es no esencial en nuestra sociedad.

En ese sentido, todo lo demás es ridículo. No alcanza a la ridiculez palaciega de las cortes francesas previas a la revolución pero van de la mano, son herederas de esa ridiculez, de esos excesos desbordados, de una existencia que se justifica en poner atención en lo nimio —como decías hace rato.

Discutía con unos amigos sobre la idea de valor: yo decía “valor es lo otorgado a la materia prima una vez la transformas”. Alguien insistía negándolo, que valor “es cuando le demuestras a alguien cómo puede utilizar algo”. Pero creo que eso es algo superficial, es inútil en sí mismo porque si no te das cuenta del valor de una mesa, no le va a agregar valor si alguien te explica para qué sirve dicho objeto.

Sin embargo, en una sociedad ridícula como la nuestra, es necesario indicar dónde está el valor de las cosas; de lo contrario, no las consumiríamos, no viviríamos, no podría salir a trabajar si no justifico que mi actividad tiene cierta importancia y si no asocio “importancia” con “valor”, entonces sí, sin lugar a dudas, es esta atención a lo ridículo, a lo pequeño a la que estamos obligados todos los días. Ésto de ser políticamente correctos demuestra lo hueco de nuestro día a día y nuestra sociedad.

La carencia de sentido en la que vivimos encuentra su reflejo o síntoma en querer darle una sobreimportancia a todo lo hecho, a querer justificar que lo que hacemos es fundamental para la vida, para los demás, cuando no es cierto.

Tenemos al CONACyT con investigaciones científicas de punta en una república bananera, donde lo que hace falta es alimentar a mucha de su población. Tenemos a los becados del FONCA y sus proyectos, cuando no podemos garantizar sustento, techo… en fin. Es difícil darnos cuenta y aceptar que nuestra existencia no es significativa. Mirarnos al espejo y “ser uno más a la hora de ser tú mismo”, como dice una canción de Sabina.

Si aceptáramos que somos uno más, que no somos especiales ni únicos ni fundamentales para que el planeta siga girando o para que la ciudad no se inunde o para que tengamos comida en la mesa; si aceptamos la vivencia en un sistema que fomenta esa ridiculez, creo que sería mucho más fácil transformalo, desde un lugar mucho más honesto.

Por ahí va el tema del decálogo de los empacadores, no es distinto al decálogo de cualquier buen obrero: de cuello blanco, de cuello azul, cualquier obrero que quieras: todos debemos sonreírles a los otros, todos debemos ser agradecidos, apreciar la oportunidad que se nos brinda.

Todos estamos expuestos a la ley de los anaqueles: somos un producto por consumir, y si no eres atractivo a ser consumido, no lo harán. Es muy sencillo.

ÓA. Hay otra escena, que me imagino en repetidas ocasiones te han hecho referencia: la pelea entre los ancianos, los empacadores. Me parece una escena graciosa pero, después de reírme un rato, no sólo me parece ridícula sino patética. ¿Cómo haces para que la narrativa y el personaje no caiga completamente en lo patético?

CB. Esa es una gran pregunta. Hay una tensión constante, coquetear con lo patético, tocar, entrar y salir de su terreno, bordearlo. Tiene que ver con el trabajo del lector: cuánto el personaje se sumerge en lo patético o cuánto lo mira como un espectador desde las gradas. Estos vistazos permiten que la novela no caiga en lo patético. Cada capítulo es un vistazo, la novela no profundiza en eso. Se sale de una óptica de lo patético para entrar desde otro lado. Eso puede ser lo que le dé frescura al texto.

Quizá, si la novela fuera sobre la tensión de convivencia que existe entre los ancianos empaquetadores, podría resultar terriblemente pesada. O, si la novela fuera sobre el problema que implica despegar las bolsas con las manos artríticas, sería cansadísima.

La literatura estilo Dickens, como diría Salinger, es un círculo perfecto. Es una circunferencia que aborda un solo tema y lo hace de forma magistral. Sin embargo, creo yo, la vida no es una circunferencia. Sería más una serie de puntos en línea que a veces converge en una circunferencia; otras veces encuentran una línea secante y, otras veces, tangente. Y a mí la línea tangente es la que más me atrae de la circunferencia porque proviene de otro lugar, infinito.

Es un múltiple recurso de líneas tangentes, lo que nos permite abordar una circunferencia de forma más fresca, de forma que no termine siendo patética, porque puedes llegar desde muchos lugares, y cada lugar al que llegas –puede ser la misma circunferencia– lo haces con historias diferentes, con perspectivas distintas a la circunferencia. Por lo menos para mí, explorar la línea tangente como recurso literario es fundamental.

ÓA. Ya hablamos de la invisibilización de los ancianos pero, ¿qué opinas sobre las ancianas? ¿Cuál es el papel que juegan las ancianas en una sociedad como la mexicana? ¿En qué se ocupan las ancianas?

CB. Me has hecho ser cuatroteísta y terriblemente incorrecto en esta plática. Las ancianas se ocupan en ejercer el resentimiento. Si alguien es amo y señor del resentimiento bien aplicado —así como el Señor González lo es de la lástima— son las ancianas.

En esta historia personal de ser mujer en México y de ser una mujer anciana y de ser ninguneada durante toda tu vida, de ser ignorada por su marido, de ser, probablemente, pisoteada, sobajada, humillada, golpeada, llega un momento en donde, paradójicamente, la anciana tiene más fuerza física que el anciano. Y moralmente también la tiene porque ha conservado esta dignidad humana, que a los hombres se nos da por dilapidar. Creo que la mujer la conserva mucho mejor que el hombre.

Cuando el anciano y la anciana se encuentran solos, cuando ya no hay hijos y la sociedad ya los abandonó e intentan sobrevivir ellos solos, la anciana tiene mucho más fuerza y esa fuerza la ejerce en una doble dirección que pareciera opuesta. Por un lado, la ejerce para mantener al anciano, a su pareja, para contribuir a su condición de sobreviviente; y, por otro lado, para mantenerlo pisoteado, para recordarle que no es nada, que la fuerte es ella: “la que te recuerda que fuiste una porquería de persona soy yo”.

Es una dinámica relacionada con lo que decías hace rato: el pleito entre ancianos.

Es otro producto del hecho de vivir tantos años, la convivencia se vuelve cansadísima. Llega un punto en que, hombres y mujeres, después de cierta edad, están agotados de ser hombres y mujeres, están agotados de ser seres humanos y están agotados del otro, de tener que verlo, de hablarle, de oler, escuchar, convivir con él.

Esa convivencia se vuelve muy tensa y, evidentemente, en cualquier convivencia tensa, cuando hay una posición de poder, la detenta la tiene la mujer, sobre todo en la senectud —en general la tiene la mujer en la sociedad pero, mientras haya fuerza física en el hombre, esta posición se verá amenazada por la brutalidad barbárica del hombre— la mujer conserva la fuerza. El hombre ya no la tiene y es ahí donde los roles se invierten.

En lo privado, la mujer tiene un ejercicio muy curioso del poder: no es descarado o brutal, no es como lo ejercería un hombre pero hay un ejercicio sutil, arrollador del poder.

En la esfera de lo público, le va mal: es mujer y es anciana. Tiene un papel muchísimo más vulnerable que el del hombre: en general no se respeta a la mujer, y no hablo sólo de México.

ÓA. Sabemos que toda novela responde a un momento histórico y no porque hayas investigado en documentos históricos pero, ¿has considerado que Dar las gracias no es suficiente puede convertirse en una novela histórica? Porque retrata un acontecimiento que quizá no volvamos a ver: ancianos empaquetando productos en el súper mercado.

CB. Es posible que no los volvamos a ver o que nada más regresen los niños o que no haya empacadores.

Ese es otro tema: la sola existencia de los empacadores es ridícula, es jugar a la aristocracia y tenemos a alguien que nos empaca las compras y las regresa a nuestro carrito. Antes las llevaba hasta tu coche o tu casa. Tenías a tu pequeño vasallo y ahora ya no somos tan afortunados, pero se perpetua esta idea de servidumbre, del campesino y el feudal, del siervo que hace lo que tú digas como señor feudal.

Es un ratito: estás en la caja, eres el señor feudal y después regresas a ser nadie cuando debes pagar, pero es la idea de lo inútil, que una sociedad sobrevive por eso. Actualmente, como no hay empacadores hemos dejado de usar las bolsas de plástico —por lo menos nosotros en casa. En ese sentido sí pudiera ser una novela histórica, que congela un suceso que no va a repetirse.

ÓA. ¿Cuál crees que sea el sentimiento más ruin que pueda experimentar un ser humano?

CB. El anhelo por manipular a otro ser humano. Es justo el que experimenta el Señor González, lo que explota es la manipulación de las emociones del otro. Esa idea del control del otro a través de las emociones es lo más mezquino que podemos hacer.

ÓA. Hay un juego de espejos en tu novela, cuando el Señor González se enfrenta a un niño: por una parte, la imagen del niño que es un personaje pícaro, y la imagen del Señor González, que sería en lo que ese personaje deriva. No quisiera decir que los niños están invisibilizados, porque no lo están: hay mucha literatura infantil y juvenil, pero no hay una etiqueta que diga “literatura para ancianos” ¿A qué crees que se deba?

CB. ¿Qué consume el anciano? Medicamentos, alimentos y utensilios para sillas de ruedas, andaderas, bastones. Y el poder adquisitivo de la mayoría de los ancianos no les da para ser un mercado interesante fuera de estos ámbitos. Tampoco hay cine para ancianos.

Hay todo para niños pero poco para ancianos. No hay compositores que hagan música para ancianos, no hay escultores, no hay artistas que piensen en una exhibición para los ancianos como sí podría haber una exhibición para los débiles visuales o para los niños. Tenemos hasta museos para niños.

Simplemente no son un nicho de mercado y vivimos en una sociedad que se rige por los nichos de mercado que existen y si el anciano no es un consumidor potencial que justifique un caso de negocios con un retorno de inversión, no le vamos a invertir.

ÓA. El Señor González no es un anciano discapacitado, no tiene una enfermedad que le impida salir a trabajar, lo único que tiene es su vejez. Ese parece ser un enorme defecto para la sociedad. ¿Te has planteado escribir libros con temáticas en donde los ancianos dejan de lado lo cándido —que a veces sí retoma el cine como en Elsa y Fred en donde no se deja de idealizar el amor y la senectud— y, como lo decías, veamos a personajes de los que podemos aprender y otros personajes de los que no podemos aprender absolutamente nada?

CB. No me lo he planteado, pero desde hace años estoy dándole vueltas a la historia de una anciana en otro espacio completamente distinto. Pesa más el escenario cuando pienso en una historia que el personaje principal. Primero intento definir el escenario y el contexto de ese escenario y después veo quién lo puede habitar.

Tengo otra historia en donde cabría perfectamente una anciana, pero no por ser anciana en sí misma sino porque el espacio es propio para ella. No recuerdo a ningún otro viejo por ahora, fuera del Perro viejo y del Señor González.

ÓA. Una última pregunta que en Neotraba les hacemos a todas las personas que entrevistamos y que no tiene nada que ver con el género de nuestro entrevistado, ¿qué es el amor?

CB. Creo que es esa historia que nos contamos para sobrevivir como especie, es el método al que recurrimos para poder hacer frente a esa convivencia, que aparte se ha vuelto biológicamente larga en cuanto a años, y ayuda a encontrarle un sentido a nuestra existencia, a nuestro día a día, a nuestro despertar.

Es la forma en la que la gran mayoría justificamos nuestros actos. Es un sentimiento bien recibido, bien aceptado por la sociedad, porque el mismo lugar podría ocupar el odio, sin lugar a dudas; sin embargo, el odio no tiene aceptación.

Es una construcción tanto colectiva como individual, a través de la cual ensayamos la forma de aceptarnos a nosotros y aceptarnos como especie.

Es una trampa.

Carlos Bortoni. Cortesía del autor.
Carlos Bortoni. Cortesía del autor.

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