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Portada de Lords of Chaos, imagen cortesía de Feral House
Portada de Lords of Chaos, imagen cortesía de Feral House

Por Daniel Carpinteyro

Recién desperté de un sueño  peculiar: dos voces a la derecha de Theodor Adorno decretan a rajatabla: “Dirán misa, pero el diablo tiene la mejor música”. Adorno levanta una ceja, sin poder creer lo que oye. A su izquierda, en medio de una niebla hippie, Joan Baez rasga su guitarra y canta sobre los horrores de la guerra. Con su buena fe puesta en que “está generando conciencia”, busca aprobación en la mirada de Adorno.  Pero él le dice que no mame. Que si no ha entendido nada. Que la protesta política no debe ser comercio de la música de entretenimiento, ni ligarse al consumo ni a la diversión. Que los horrores de Vietnam no deben capitalizarse en un valor agregado para escalar el Billboard. Dos hombres de negro a la derecha de Adorno declaran: “Disentimos”. Disiente Varg Vikernes, asesino, incendiario y fascista declarado. Disiente Aarseth Oystein “Euronymous”, quien fotografió  en el piso los sesos de un amigo para la portada de un disco. “Disentimos, Adorno, porque te vemos chavo. Ustedes, los marxistas siguen en el fondo atollados en los mismos imperativos morales judeocristianos. Condenan como unos mojigatos el impulso absolutamente universal de subyugar y destruir al prójimo. Dicen que por eso abominan la mercantilización. Pero tus libros, Adorno, también se venden. Tus ideas también funcionan como un valor agregado en el mercado de la Academia. Tus afirmaciones legitiman toda suerte de hipótesis, que se convierten en tesis y consiguen títulos que a su vez consiguen más plata a sus ostentadores. Pero nuestros discos se venden mejor que todas las telarañas de la Escuela de Frankfurt. Lo nuestro no son abstracciones. Nuestros llamados pusieron patas arriba a Noruega durante media década y decenas de edificios centenarios se consumieron hasta sus fundamentos. Los jóvenes de nuestra nación empezaron a interesarse por su historia antigua. Estás completa y absolutamente chavo, profe”. Un disparo calibre 57 y los sesos de Adorno salpicaban el rostro horrorizado de Joan Baez. Desperté y supe que no había sido buena idea ingerir tanta mortadela.

Hace algunas semanas, gracias al desplante del asesino en masa Anders Breivik, la chaqueta mental de una Europa del Norte ejemplar y tolerante se le cayó a un montón de personas que de esas latitudes sólo saben que son muy frías y que sus habitantes se leen cincuenta y tantos libros por año. Personas que no han leído los intimidantes letreros que están apareciendo en algunos pueblos de Bélgica. Personas que en los noventa no tuvieron oportunidad de ceder al embrujo el Black Metal ni documentarse con sus épicos escándalos. Escandinavia no resulta tan inofensivo como proclaman los buscadores de utopías.

A estos idealistas les caería bien chutarse Lords of Chaos: The Bloody Rise of the Satanic Metal Undergound (Amos del Caos: El Sangriento Levantamiento de la Contracultura del Black Metal), una joya bibliorockera publicada en 1998 por Feral House. Sus casi cuatrocientas páginas revelan una investigación hercúlea y sistemática sobre uno de los capítulos más infames de la historia del rock y sus orígenes más remotos.

El libro se remonta hasta Robert Jones, un pobre cosechador afroamericano que consigue vender su alma al diablo en un crucero del delta del Missisipi. A partir de ahí, se convierte en un prodigio del blues que no duda en mencionar a su “padrino” en varias de sus composiciones como “el Blues de la encrucijada” o “el Blues de mí y del Diablo”. Muere en 1938, a los 27 años. Algunas décadas después los Rolling Stones se declaran influidos por Jones y adoptarán para sus álbumes nombres tan escandalosos como “Sus Satánicas Majestades”, o “Déjalo Sangrar”. Más adelante, Led Zeppelin hará lo suyo, con sus constantes alusiones al ocultismo de Aleister Crowley y la simbología esotérica de sus portadas. Desde Birmingham surge Black Sabbath, una banda de muchachos que portaban las cruces que sus abuelas habían regalado para repeler las malas vibras.  Black Sabbath tenía en realidad  un interés epidérmico en ese esoterismo que incorporaban a su imagen como estrategia de marketing.  De Sabbath sólo habría un paso a las representaciones escénicas de sacrificios rituales representados por Black Widow, y las referencias de Witchcraft Coven a la magia negra. Por esa misma época, a principios de los setenta, Anthony Szador La Vey, fundador de la autodenominada “Primera Iglesia de Satán” y autor de “La Biblia Negra”, publica un vinilo que contiene en el lado A, la grabación de una misa negra, y en el lado B,  varias declaraciones con música wagneriana de fondo.

Pero a finales de los setenta, algo sucede: un grupo de chicos de Newcastle dedican sus días a beber y a ensayar en sus instrumentos piezas de Deep Purple, Motorhead y Black Sabbath.  Ajustan sus distorsionadores y llevan a otro nivel toda esa pesadez electrometálica, imprimiéndole una mayor velocidad propia del punk más hardcorero. Conrad Lant, Jeff Dunn y Tony Bray adoptan los nombres de guerra Cronos, Mantas y Abbadon. Sus letras exploran los matices de la blasfemia con un arrojo y detenimiento nunca antes visto.

“Bebemos el vómito del sacerdote

Fornicamos con la prostituta agonizante.

Chupamos la sangre de la bestia.

Y guardamos la llave a la puerta de la muerte”.

Editan discos tan controversiales como Welcome to hell (1981), Black Metal (1982) y At war with Satan (1983), que habrían de marcar la pauta para muchas de las bandas blackmetaleras por venir. Sin embargo, no había una verdadera filosofía detrás de los referentes satánicos de Venom, plegados como estaban a la notoriedad y el escándalo.

También a inicios de los años 80, se consolida en Dinamarca la banda Mercyful Fate, con King Diamond al frente, poseedor de una extraña voz operística y falsete distintivo que repele o cautiva. Plantea álbumes refinadamente conceptuales, mediante historias en las que cada canción se resuelve en una especie de capítulo. Su narrativa profundiza en temas como la brujería, la doble moral cristiana y los pactos satánicos.

Sin embargo, la banda que empujaría los límites ideológicos del metal serían los suecos Bathory, que nombraron a su banda en honor a la Condesa Sangrienta que en el siglo XVIII diera muerte a cientos de jovencitas bajo su servicio o jurisdicción.  Bajo los seudónimos de Quorthon, Vans McBurger y Friedrick Hanoi,  graban sus tres primeros discos con recursos muy limitados, creando atmósferas de distorsión más enfermizas que las de Venom, ralentizándose y puliéndose a cada nuevo álbum. Muy embebidos por aquella época en el cine y la literatura de horror, su lírica da vueltas alrededor de lo invisible, Satán, la necesidad de destruir y  la emancipación respecto al yugo moral judeocristiano. A mediados de los ochenta, Quorthon estudia apasionadamente sobre los dioses nórdicos precristianos –conjunto mítico denominado bajo el nombre del Asatrú- y  sus siguientes discos formarán una trilogía que honrará a dichas deidades. Las portadas ya no despliegan pentagramas sino antiguas escenas de la tradición vikinga. La composición clásica europea entra en juego. Wagner es señalado dentro de los créditos. La épica mitológica se convierte en el nuevo eje de la rebelión anticristiana planteada por Bathory. Incluso graban una pieza, “Under the runes”, que recuerda en su mística a los cánticos entonados por la SS durante la Segunda Guerra Mundial. La ideología política de ultraderecha empieza a hacerse manifiesta.

Un poco después, nuevos grupos empiezan a surgir en Noruega, donde el radicalismo ideológico del black metal tendrá sus consecuencias más graves. Se abre en Oslo una tienda especializada de discos llamada Helvete (“infierno”), que se convertirá en un punto de contacto para muchos de los futuros protagonistas del black metal. La vestimenta de dicha contracultura empieza a llamar la atención de la policía y de la prensa sensacionalista. Surgen grupos como Emperor, Darktrhrone, Immortal y Mayhem. Estos últimos traban relación con un joven llamado Kristian Vikernes, quien cambia legalmente su nombre a Varg Vikernes (Varg significa “lobo”), y después de quemar un par de iglesias y tocar en algunos grupos emprende una proyecto solista llamado Burzum, nombre que en la lengua de Tolkien significa “oscuridad”. 

¿Qué decir del archiconocido escándalo que protagonizaron estos dos proyectos? Mayhem contrata como vocalista a un sujeto que se hace llamar Dead, esquizoide obsesionado con la oscuridad y la muerte. Por sus proezas autodestructivas en el escenario, Dead se corona con un hálito cuasidivino.  En 1991, en una casa en las afueras de Oslo, Euronymous, líder fundador de Mayhem, se lo encuentra con las muñecas desgarradas y un tiro de escopeta en la cabeza. Los sesos están regados en el piso y aparece una notita final dice: “Perdón por toda la sangre”. Euronymous va a Oslo por una cámara, regresa a tomar fotografías  y después devora partes del cerebro. La escena se convierte en la portada de Dawn of the Black Hearts. El escándalo mediático alcanza proporciones inusitadas. Varg Vikernes se une a Mayhem poco después. Una fría noche de 1993, una discusión entre Vikernes y Euronymous degenera en una pelea en la que el segundo termina asesinado mediante 23 puñaladas asestadas en la espalda, cuello y cabeza. Vikernes es llevado a juicio y demuestra una actitud cínica y despótica, sonriendo con altanería a cuanta cámara se le ponga cerca. Se le condena a 16 años de cárcel, dentro de la cual sigue grabando discos con los recursos que tiene a la mano. Evoluciona hacia un sonido profundamente ambiental e introspectivo. Tanto él, como los integrantes de Mayhem se afirmarán en una ideología supremacista que pondera la xenofobia, la heteronormatividad y la pureza étnica.

Mientras tanto, la arquitectura religiosa gótica de inspiración vikinga vivirá un periodo funesto. Muchas iglesias de madera arderán durante la primera mitad de los años noventa, en un furor anticristiano sin precedentes. Se revelan los planes para matar a políticos progresistas y líderes religiosos en Noruega. Y todos estos elementos estarán directa o indirectamente incentivados por los líderes más prominentes de la escena del Black Metal noruego.

¿Sabía usted, lector, que hace poco tiempo Noruega reclamó el Black Metal como patrimonio cultural de la nación? Bueno, si usted está pensando en hacerse embajador o diplomático para el gobierno de dicho país; o si al menos quiere algunos buenos argumentos para esgrimir luego de los conciertos que Immortal y Satyricon ofrecerán por separado durante octubre allá en la Ciudad México; no lo piense más y descárguese de Soul Seek este controversial esfuerzo periodístico realizado por Michael Moynihan y Didrik Søderlind. El diablo, grandísimo bribón, siempre se agandalla la mejor música.

Párrafo áureo:

“El Rock and Roll ha sido un adversario veterano para muchos de los estamentos básicos  de la Cristiandad, pero el Heavy Metal subterráneo condujo esto a los últimos extremos.  Ya no se trataba de que la Cristiandad fuera lentamente erosionada a través de sostenidas incursiones de creciente inmoralidad, sino que debería arrancarse de raíz e incinerarse hasta su último aliento. El Black Metal iba a proveer una infantería lista para arrojarse de cabeza a la batalla, antorchas en mano preparadas para hacer arder las catedrales e iglesias de Europa”.

Moynihan, M. y Søderlind, D:  Lords of Chaos: The Bloody Rise of the Satanic Metal Undergound.  Feral House. Los Angeles, Cal, 1998

Daniel Carpinteyro también habita en: www.ocioydiaspora.wordpress.com

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