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Elsa López
Elsa López

 

 

Por Antonio Arroyo Silva

 

Esa Avenida Marítima de Santa Cruz de la Palma ha tejido cientos de mitologías. El omnipresente bar “El Faro” de tertulias y encuentros que el tiempo y la crisis han borrado de sus paseos. Muchas veces estuve sentado ahí tomando una cerveza y contemplando cómo el mar se imponía con fuerza al pequeño malecón que imaginamos similar en miniatura al célebre de La Habana, donde los grandes poetas se sentaron a imaginar otros malecones y otros trasiegos.

Un día de esos que mi leyenda particular ha ido hilando y pespuntando en el recuerdo, un buen amigo me dijo que llevara mis poemas y que lo esperara allí sentado, como siempre, pues me iba a presentar a una persona especial que iba a leerlos con el mismo entusiasmo que él me demostraba. Yo, por ese entonces, no tenía mucha fe en lo que escribía. Siempre me quedaba en el paladar un regusto a falta de sal o de azúcar. Sabía muy bien que el tiempo y la vida me iban a proporcionar esos ingredientes y, de hecho, ya empezaba a atisbarlos en un puñado de versos. Sin embargo, siempre siguiendo los buenos consejos de mi amigo, acudí. Allí estaba con la persona que iba a conocer, persona familiar que andaba por las calles de la ciudad como si fuera su casa. Incluso era profesora de Literatura del Instituto donde hice el Bachillerato: el “Alonso Pérez Díaz”.

Era Elsa López. Tengo una sensación de calidez y bienestar cuando evoco ese encuentro. No sé definirlo: su voz, su respiración acompasada y llena de ternura… Por supuesto que leyó mi manuscrito. Y hablamos, hablamos. A mí nunca me han gustado los halagos complacientes, de hecho mi sentido de la ética siempre me ha hecho ver la verdad detrás de las palabras. Lo que sí me halagó entonces fue la sinceridad de mi nueva amiga.

Quizás ése sea la verdadera intención de la poesía: hacer que la palabra sea el epicentro de una energía arrolladora y positiva independientemente de su forma más o menos literaria y sujeta a tendencias y cánones.

 

Es más, cuando lo segundo supera a lo primero, la palabra calla o chirría para no decir siquiera el silencio. Ella me dijo lo que mi sangre ya sabía sin bien saberlo: no temas derramar tu vida en el poema. No el trazo de la lluvia que viste las alas vacías como ámbar amarillo de luz que se clavara de improviso en la rosa como espinas de esa rosa vital que tiene sangre de río en sus entrañas de papel. No eso, sino al contrario: no llenar la vida de tinta, sino de palabras vividas como espinas que puncen o pétalos que desbocan. No sabe Elsa el bien que me hicieron sus palabras. Esa espina que yo imaginaba clavada en el albor de la página y que la hacía sangrar ámbar de luz era la misma que el tiempo  ha clavado en mi propia carne. Esto Elsa entonces lo sabía: tan grande su espina como su amor a la literatura, o, sencillamente, al amor mismo.

Es precisamente éste un tema central, un vórtice de la poesía de Elsa López. En esos tiempos que corrían entonces y en éstos que corren ahora, hablar del amor en poesía pareciera una aventura trillada, desgastada o incluso una involución en la marcha de la literatura. Se dice que todo está dicho bajo el sol, pero no es así. Si acaso todo está escrito, reescrito, institucionalizado y caducado, todo lo que se ha quedado en fórmulas y estereotipos. Todo no está dicho si consideramos que las fuentes de la poesía emanan de su coloquialismo y su balbuceo. Cuando una poeta es consciente de este principio, ya no le importan las modas ni las críticas. Ha hallado su voz con la fuerza del huracán, ése que arrasará con todo lo superficial.

No el amor a secas, un amor que regresa con el verso impregnado del olor, el sabor, el tintineo y el crepitar de los objetos y lugares que rodearon el acto mismo del amor. También el temor a la pérdida del ser amado y aún más. El temor a lo desconocido tras ese momento, el miedo al fin o a un comienzo sin saber hasta dónde y sin tener la llave de esa puerta que se abre a la luz. Dicho con otras palabras: la destrucción o el amor, pero vistos desde la piel de una mujer que siente y sabe verter o inaugurar ese sentimiento sobre la piel del poema. En Inevitable océano, de 1982, el primer poemario de Elsa López ya se atisba claramente la incertidumbre que produce el amor a pesar de poseerlo

Te he querido, tú bien lo sabes.

Te he querido y te quiero

a pesar de ese hilo de luto que me hilvana

al filo de la tarde.

Y tengo miedo.

De la lluvia, del pájaro de nubes,

del silencio que llevo conmigo a todas partes.

Tengo miedo a la noche,

a quedarme encerrada entre alambres del sueño,

a la palabra olvido

y a tus brazos en forma de barrotes dorados.

 

Miedo a recorrer la casa y saberla vacía,

o a quererte, de nuevo, mucho mejor que antes.

No me abandones en esta larga ausencia.

Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:

el tiempo de querernos indefinidamente,

el mar,

los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,

el ruido de las olas al fondo de la casa.

Y el viento,

recuerda el viento, amor, doblando las esquinas.

 

Esa no certeza es precisamente lo que le da fuerza poética a su primer poemario. Además, nos encontramos con una poeta que domina a la perfección los materiales que le dan forma a esa expresión. Véase el uso de los tiempos verbales, entre una acción acabada y la misma en transcurso lo cual hace que se mantenga el ritmo de esa duda y mantiene en suspenso al lector. La perplejidad en la sintaxis. Al final, esa duda más bien parece existencial, pero quién sabe.

Mujer que ama y duda y vuelve a creer. Mujer que necesita definirse y reafirmarse, fundarse en el texto, desde esa penumbra que ha sido la vida de la mujer histórica. No sólo la autora, el sujeto poético femenino y, si se quiere feminista, ha de transformar el paisaje institucionalizado por el hombre y ha de llenarlo con su respiración y su sentir. Y el mar, el mar siempre presente en nuestra literatura. La mujer que se asoma al balcón a oler el mar, a respirar la maresía. Lo que Balbuena Prat definió como sentimiento del mar se hace concreto en la mujer que lo percibe quizás como su espacio de sueños y escape del marasmo, su opuesto. Sin Ulises posible con tapones de cera en los oídos para no escuchar su canto. Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Josefina de la Torre, Pino Ojeda… todas ellas acompañan a Elsa en su penumbra de ser mujer y poeta: penumbra iluminada por dentro que sólo pide un poco de ternura. Decirlo de tantas maneras sabiendo que en el mundo que les tocó vivir a lo largo de la historia, las ha desposeído de algo quién sabe qué, y quizás sólo el poema les devolverá.

 

Ha averiguado el nombre que le ha correspondido

y se define ausente, exiliada del sueño,

emigrante, perpleja, desgajada,

sin billete de vuelta.

 

Se declara sin fuerzas

y pide con vergüenza un poco de ternura.

Que le devuelvan, por favor, el mar.

Penumbra (1985)

 

Dice Jorge Rodríguez Padrón en su artículo “El barco de la luna. Clave femenina de la poesía hispanoamericana(1) que en la mujer-poeta no existe otro propósito que el atrevimiento, sin conocer lo que le espera al final. Y esto viene muy a propósito de la poesía de Elsa López, es una constante, un leiv motiv. Atravesar lo oscuro sólo con la lámpara de su voz y perderse en su penumbra no es temor, sino impulso natural. Se establece, de esta manera, una diferencia dialogante no sólo con la literatura del hombre, sino con el sistema mismo de percepción masculina que regenta el sistema de valores patriarcales. Así se instala una manera distinta de poetizar, con una conciencia total y absoluta de los riesgos que corre y asume su condición fronteriza en medio de las fuerzas centrífugas contrarias. Fuerzas que han dejado de lado a la mujer. La cuestión, entonces, es fundar este impulso en el lenguaje desde esa condición fronteriza antes aludida.

 

Desorden, sinrazón, duda pasan a ser los principios de una visión poética que oscila entre lo objetivo y lo subjetivo, no del referente, sino del supuesto yo poético que ya prefigura su destino: la locura  o la muerte, la destrucción o el amor, incluso ambos al unísono.

La pretensión de querer tener razón desvía el pensamiento y lo convierte en una rígida estatuaria mental –decía el poeta argentino Roberto Juarroz (2). En cambio, contenerse en la llamada sinrazón permite vislumbrar otros territorios más fértiles de la creación humana pues llevan a una noción de razón más absoluta, más real. El orden, la razón y la certeza no son buenas herramientas a las que recurrir. Ya lo ha hecho el hombre. Nuestra poeta lo sabe, no sólo por su (digamos) instinto creador, sino porque en su fuero interno lee que ese orden establecido no es el huracán que siente por dentro como mujer. Intuye que la realidad que quiere y necesita instaurar en su poema no es materia de la razón antropocéntrica, sino de la conjunción de todos los sentidos (internos y externos), de su comunión. No Polifemo, sino Ariadna.

 

Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado

que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,

inmortal y perfecto.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

El amor imperfecto (1987)

 

Y como Ariadna, poeta que conduce a Teseo a los montes de un mar (su mar) sin minotauros. Un amor realmente inexplorado por el hombre, cuyo sextante sólo puede poseerlo Afrodita que se funde con todos los elementos de la naturaleza y que transforma en naturaleza a la mujer. “Manifiesto”:

 

Hoy declara que os ama porque oléis a madera,

porque habéis socavado en su cuerpo una brecha

por donde corren ríos

y vienen a romperse los cristales del sueño.

Las palabras son vuestras

y son vuestras las manos y el miedo que sostienen.

Y son vuestros los nombres

y la pena que lleva por dentro de la sangre.

Son vuestros el paisaje que guarda en la mirada

y el que tiene plantado delante de la casa,

el mar, los aguacates,

y esos amaneceres que esconde en la cocina

y enseña algunas veces tan sólo a quienes ama.

La fajana oscura (1990)

 

Como la poeta brasileña Hilda Hilst (3), Elsa López habla desde una orfandad de las palabras, ya que, como siempre ocurre y ya casi he apuntado anteriormente, el lenguaje que le tocó aprender y aprehender a la mujer no contiene y, a veces, no respalda lo que ese yo femenino se atreve a decir, pues sólo nombran el afuera. De ahí ese acercamiento a una suerte de misticismo y despojamiento de la vida mundana que hace que en Hilda Hilst se resuelva planteándose el sentido de la muerte y llegando al verdadero sentido de la vida fundiéndose con la naturaleza.

 

Descansa.

El hombre ya se hizo

el oscuro ciego rabioso animal

que pretendías.

Hilda Hilst, Amavisse (1989) Trad. Leo Lobos.

 

No el descanso del guerrero, sino de la guerrera, la diosa madre. En cambio. Elsa López opta por una posible reconciliación con el amor del hombre, o, más bien, no renuncia en su tarea de búsqueda de ese amor ideal.

 

El que se arroja al agua con su cuerpo magnífico

y luego deja gotear el mar por sus caderas y las mías

como una prueba incontestable de perfección y afecto.

Aquel que me sonríe

desde la hilera mágica de su terrible boca,

inocente guerrero,

putrefacto montón de espléndida hermosura,

el único que sabe cómo he perdido la batalla

y por eso me observa, todavía,

con una cierta sombra de dulzura.

El que arrastra mi cuerpo por el campo de batalla

despedazado el tronco y la plateada cabellera,

y aún tiene conmigo la deliciosa costumbre

de besarme los pies,

ese es el que amo.

Cementerio de elefantes (1993)

 

He aquí la posibilidad del encuentro con esa esquina del paraíso llamada Amor, donde el uno no entorpece la presencia de la otra, donde sólo el silencio puede crear ese diálogo constante. Silencio de una isla- mujer, que aspira más bien a un amor terreno pero transcendental de ese sentir aquí en el poema y en su carne viva.

Sujeto femenino que dentro de su idealismo sabe bajar a la realidad circundante de lo rutinario e imponer sus dulces y sensitivas reglas al receptor amado, a veces de forma rotunda:

 

Me importan un carajo las mareas,

el aire que respiras

y ese montón de hormigas

que pisas al mirarme.

(A mí lo que me importan son tus piernas,

el tono algo inquietante de tu melancolía

y esa forma que tienes de quererme

cuando estás frente al mundo)

Al final del agua (1993)

 

Muchos poemarios y poemas llenos de matices y diálogos con otros mundos y otras mujeres. Activismo el de Elsa que va más allá del poema mismo, que hace, deshace e investiga todos los recovecos del espíritu femenino a través de la historia y la memoria y que la hacen acudir al ensayo antropológico y a la narración.

Muchos temas se manifiestan con fuerza y vigor en la poesía de Elsa López, temas que le dan ese toque singular a su condición insular con ansias de universalidad más allá de la balconada que mira al mar.

Hace mucho tiempo me encontré con Elsa y aún resuena su voz en mis tímpanos a la hora de escribir esta semblanza-reseña o como quieran llamarla. Desde luego, no me inspira el espíritu academicista que tenía como una fina capa sobre mi piel por ese entonces tan lejano y que tanto Elsa López como otros queridos amigos y compañeros contribuyeron a espantar. Nunca me pongo tapones de cera ni me ato al mástil de mi nave cuando emprendo una singladura, y menos cuando el final de ese viaje es la ilusión por llegar a la isla, sabiendo que en ese ahí no hay descanso y que llegaremos con el arco astillado; pero llenos de humanidad y con la fuerza del asombro en nuestros huesos.

Como dice Hilda Hilst en uno de sus poemas visionarios pertenecientes a Pequenos funerais ao poeta Carlos Maria de Araújo,

 

Tu sueño no es un sueño común.

Extiendes la vigilia

Y aprendes a través de la oscuridad.

También así

El mar reposa.

Hilsa Hilst (trad. Leo Lobos)

 

 

 

NOTAS:

(1) Jorge Rodríguez Padrón, “El barco de la luna. Clave femenina de la poesía hispanoamericana.” Fundación para la Cultura, Caracas, 2005.

(2) Roberto Juarroz, Casi Razón, de Poesía Vertical.

(3) Para este acercamiento entre la poesía de Hilda Hilst y Elsa López he utilizado con el permiso debido las traducciones que el poeta y artista visual Leo Lobos realizó de la poeta brasileña Hilda Hilst (1930-2002) en la universidad de Campinas y que figuran en los archivos de Proyecto Patrimonio de la Universidad de Chile. El que escribe no tiene noticia de otra traducción al castellano de la poeta brasileña y por ello le corresponde a Leo Lobos el honor de traernos a la luz de nuestro idioma la poesía de Hilda Hilst.

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